martes, 8 de febrero de 2022

Exploración sobre la violencia y otras metáforas

Reventar el silencio a palazos, hacer de cada susurro un puñal que se afila desgarrando la piel, pellizcar sobre la herida y hurgar en la sangre. Disparar una bala que nunca llega y siempre impacta en el centro de la diana. Fingir que el caudal del río no se desborda y que la falta de oxígeno conduce por error al ahogamiento, o que la tierra agradece la sequía porque el veneno puede gangrenar con más eficacia.

Devorar la soledad en cada cuneta y plantar una amapola que sea la cruz del tesoro. Amortajar las palabras previamente enterradas y condenarlas de nuevo a la hoguera, dejar que las llamas cubran cada miseria y empañen cada esperanza. Clavar la aguja donde el dolor invalide los nervios. Arrancar con los dientes el último aliento y después dejar que se infecte hasta evidenciar que la vida fue otra cosa.

Cercenar el tiempo medido, el que había jugado con la memoria y agasajado los sueños que escaparon del miedo. Pasarlo por la guillotina y acompañarlo hasta la horca. Permitir que se bañe en la lava y se recueste en la alambrada. Otorgarle una trinchera con explosivos ya prendidos. No hablar de guerra mientras se ensancha el cementerio, esperar una duración imprudente para culpabilizar a los de más allá. Arañar cuando la estampida cuelgue el aforo completo. Darle sangría y justificar el documento.

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