jueves, 10 de febrero de 2022

Trescientos sesenta y cinco días y seis horas

Es un camino por el bosque, a veces cubierto de zarzas; en otras ocasiones, de hierba virgen. Algo así como la lluvia intermitente que no moja pero hiela los huesos. Quizá un poco de viento para el pájaro que aprende a volar. O la arena fina de la playa cuando la piel es susceptible de ser arañada.

Es un sendero que transcurre al borde del acantilado, con el graznido de las gaviotas y el rugido de la tormenta. Algo así como el tiempo que se aborda desde la incertidumbre porque es más real. Quizá una ola deslizándose suavemente sobre la siguiente. O esa mirada tierna del que sueña y además toca las estrellas.

Es una bifurcación constante en medio de la ciudad. Algo así como esa acera abarrotada en la que hacer un eslalon perfecto. Quizá una cafetería de amables dependientas y música calmada. O ese rincón de libertad que se traslada a una calle diferente cada vez que llega el equilibrio.

Es una pista que serpentea por una montaña del norte, con ese verde intenso que quiere cortar la respiración. Algo así como una inyección de adrenalina que se reserva en la nevera. Quizá ese viaje que mastica su tiempo para una correcta digestión. O un abrazo cómplice cuando llega el silencio.

Es la vereda de un prado al que pronto llegará la primavera, con sus flores de colores y el rumor del agua fluyendo por el río. Algo así como una voz conocida que se había perdido y escarba con garra y elegancia para recuperar su trono. Quizá un poco de incienso para confundir a la niebla. O una hoguera en la noche para asar malvaviscos.

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