Monólogos rompiendo la cuarta pared. Textos proyectados en lugar de ser contados. Un hombre que danza y se superpone a los diálogos. Música en directo. Escenas que ocurren a la vez sobre el escenario y se desarrollan narrativamente en momentos diferentes. Fragmentos radiofónicos. Un escenario que no es literalmente el espacio de la historia, y metafóricamente es el único espacio en que debe ser contada. De prostitución y desnudos.
No es la clásica obra de un gran teatro en el centro de Madrid. Afortunadamente no es eso. Es una obra del tiempo en que vivimos. De la multipantalla, del ritmo ágil, de un replanteamiento de temas que estamos hartos de escuchar en las noticias y que aquí se muestran desde la sensibilidad.
Como el título viene a sugerir, se habla de ecologismo, de sexo y de feminidad; pero por encima de todo, de identidad. La constante batalla del quién soy. De nuevo EL tema en el que se centran tantas dramaturgias, literatura y productos audiovisual. Y sin embargo, la forma de contarlo, evita que pienses que es otra vez lo mismo.
A ello hay que sumarle una interpretación brutal por parte de la protagonista, Laia Manzanares, sin desmerecer al resto del elenco (que parte de una caracterización de personajes desde el texto brillante), un poco de humo, simbolismos plásticos y una iluminación que llena por si solo de belleza el escenario.
El texto probablemente no lo haya comprendido del todo (ni siquiera creo que me haya acercado a la primera capa), pero desde luego que había mucha chicha. No sé que otras obras estarían nominadas en los Max, pero aquí había fragmentos sobre los que recrearse. Me quedo con una frase que resume muy bien ciertos momentos: he perdido la custodia de mi yo interior. La identidad, por supuesto, me tenía que quedar con esa frase.
En conclusión, una pieza original, no apta para todos los públicos aunque necesaria (por sensibilidades y creatividad de puesta en escena), muy necesaria.
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