Olía a verano. A camisetas pegadas a la espalda y bañadores siempre mojados. Olía a tardes lentas. E intensas. Y a noches largas. Olía a voces afónicas de tanto reír y deportivas desgastadas de tanto bailar. Olía a cuerpos demasiado juntos y silencios demasiado cortos. A reencuentros y desencuentros. Olía a los desayunos en el porche y la sobremesa en el patio. A jugar al balón y que acabara en la finca de al lado. Olía a batallas de globos de agua. Y a esos amores fugaces. Olía a las canciones de la década pasada. A los mercadillos y las excursiones improvisadas.
Olía a todo eso que había perdido su aroma natural. Pero seguía oliendo.
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