Lo he visto. Me he acercado a ti y he podido vislumbrar la muralla. Casi una fortaleza que tú mismo has querido dejar inacabada. O has empezado a destruir desde dentro.
Al principio había arcos de sillería; y un poco más allá,
piedras de la época del muro de Berlín. Me he encontrado con una zona de
ladrillos desgastados por los vaivenes del tiempo, probablemente construcciones
mozárabes. Vallas amarillas de obra se extienden por un par de kilómetros, y
después, apenas unos metros de celosía metálica. Una arbitraria mezcla de
estilos en un orden perfectamente estudiado. Una obra muy tuya.
En el flanco sur creí haberme perdido. Era un lodazal
rodeado de zarzas y grandes pinos, de niebla que iba y venía. Entonces he
encontrado un camino de baldosas amarillas que ha terminado junto a un campo de
amapolas. También una obra muy tuya.
Y lo he rozado. He sentido el latir de tu corazón.
Acompasado. En calma. Como nunca antes noté sobre tu pecho.
Ha estallado. El arte barroco y el art-decó. Las losas del
neolítico y los listones nórdicos. Todo. Ha explotado en mil pedazos. Se han
incrustado en mis pulmones. Han saltado a mis ojos y me han dejado ciega. Se
han clavado en tu diafragma y han regresado tus branquias primigenias.
Estamos aquí. El uno frente al otro incapaces de articular
palabra alguna.
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