Quiero que te enfades conmigo. Quiero que dejes pasar tres días sin contestar mi último mensaje; y al cuarto, mandes seis breves audios, en tu tono divertido pero que dejen muy claro tu descontento, que reconozcas que no te lo esperabas y que no sabes cómo actuar, que querrías hablarlo con calma pero que quizá sea mejor no decir nada más.
Quiero que me dejes en paz. Quiero que dejes de aparecerte
en mis noches y cada vez que huelo tu perfume por la calle. Quiero dejarte de
hablar. Quiero quedarme conforme cuando te deje de hablar. Quiero poder dejar
de darle vueltas y simplemente cerrar tu puerta. Quiero enfadarme contigo.
Quiero bloquearte y cuando encuentres otra forma de
contactarme, decir que no sé qué ha pasado, que el móvil últimamente hace cosas
raras y que a mí también me había extrañado tu silencio, que pensé escribirte
un par de veces y que incluso comencé a teclear, pero luego me arrepentí porque
no quería molestarte. Porque no quería sentirme molesta conmigo misma después.
Quiero que me digas que estoy loca y que todo está en mi
cabeza, que estoy pretendiendo que todo sea blanco o negro, que siempre elegimos discutir sobre los límites, que estuviste de acuerdo en dejar las cartas
sobre la mesa, que todo está bien pero que todo ha
cambiado.
Quiero dejar de conocerte. Quiero saber que tú tampoco te
inventas conversaciones conmigo sabiendo que jamás las vamos a tener. Que no te
reconcomes con aquel diálogo de besugos en que queríamos dejar de hacernos daño y no lo conseguimos. Quiero sentir tu rechazo. Quiero no darte pena.
Quiero sacudirme la primavera y aprovecharme del invierno. Quiero gritarte que te odio. Con todas mis fuerzas. Aunque se hayan esfumado todas mis energías. Quiero dejar de martirizarme, dejar de sentir mi propio rechazo, dejarme ser sin más.
Quiero susurrarte que ya no puedo quererte y que
en este mismo instante dejo de hacerlo.
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