miércoles, 8 de febrero de 2023

La mujer del lago II


Apareció al séptimo día. Un miércoles cualquiera de Agosto. A primera hora de la mañana. Tras una semana de agradables temperaturas.

Emergió en el centro del lago y comenzó a bucear en circulos concétricos acercándose cada vez más a la orilla. Era claramente su rostro pero ahora su cabello era completamente negro y estaba recogido en una trenza. Lo cierto es que no parecía teñido mientras lucía rubio, como tampoco lo parecía en aquel tono azabache.

Ya cercana al borde nadó a espalda a gran velocidad, casi una nadadora olímpica. Tres vueltas y a la cuarta optó por ir a braza. Cada vez más lento y torpe, como si el cansancio (¿de toda la semana?) le fuera haciendo mella.

Salió del agua tambaleándose. En su mano derecha portaba un pequeño cetro de marfil con una obsidiana engarzada en un extremo.

Encontró su toalla y la bolsa de la playa bajo un matorral. Deberían habérselo escondido mejor. Pero no les regañaría. No en esta ocasión. Estaba muy cansada.

Sacudió la toalla y la extendió sobre el césped. Se puso las gafas de sol y se tumbó boca arriba. Comenzaban a formarse nubes negras sobre las montañas. Se giró y sacó de su bolsa un par de algodones y quitaesmaltes. Sus uñas todavía parecían recién pintadas pero ella eliminó todo rastro del rosa chicle con el que las había decorado.

Se sentó cruzando las piernas y sacó un bocadillo de jamón y queso. Lo degustó mientras leía en su móvil las noticias. Al acabar, remarcó sus labios de rojo y se calzó.

Cuando se puso en pie, agitó las manos en el aire y el viento envolvió el cetro entre hojas secas y telas de araña hasta hacerlo desaparecer.

La mujer abandonó el lago en el preciso momento en que la tormenta comenzó a descargar sobre el pueblo. Y no dejaría de hacerlo por mucho tiempo.

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