Te escribo de madrugada, con una taza bien cargada de café y el humo del incienso abrigándome.
Te veo todas las noches. En mi cama. Con un pijama de
invierno. Es siempre la misma noche. Una noche eterna.
A veces llevo ya un rato acostada pero no tengo
sueño. Simplemente estoy y me siento plena. Dejo que mis pies se deslicen
lentamente entre las sábanas. Juegan con el frío.
Otras veces te imagino llegar. Giras la llave
en la cerradura con extremo cuidado. Te descalzas y cierras la puerta. Dejas tu
mochila y el abrigo sobre el sofá del salón. Apenas se cuela algo de la luz de
la luna a través de las cortinas, pero te mueves con confianza, sabiendo
perfectamente qué se oculta en cada rincón. Caminas despacio.
Entras en la habitación y te digo que hace apenas unos
minutos que me he acostado y no me importa que enciendas la luz. Prefieres no
hacerlo alegando que tus ojos (y los míos) ya se han acostumbrado a la
oscuridad. No te creo. No te lo digo. Sabes que no me lo he creído.
Te pregunto por cómo ha ido la tarde y me cuentas una
anécdota insulsa. Pienso que hasta eso es mentira. Que te lo acabas de
inventar. Que es lo que te hubiera gustado que pasara.
Te pones el pijama y te metes en la cama. Te quedas boca
arriba. Temblando. Te doy la mano y me la aprietas con fuerza. Respiras de
forma entrecortada. Sé que una lágrima está ahora mismo resbalando por tu
mejilla y te aprieto la mano más fuerte. Te susurro. Nos miramos a los ojos. Encontramos la luz en las pupilas del otro. Respiramos
juntos. Beso tu frente. Te acaricio el pelo hasta que te quedas dormido.
Otros días te imagino llegar y me hago la dormida. Tú sabes que esas noches no
voy a poder dormir, que soy yo quien busca la anécdota más estúpida del día
para no hacerte ver que me siento una mierda. Imagino que eres tú quien mece
mis mentiras.
Entras en la habitación con la misma delicadeza. Te tumbas y me abrazas por la espalda. Empiezo a temblar mientras mis mejillas se inundan. Y me abrazas más fuerte. Me susurras. Me giro y te miro a los ojos. Seguimos estando en penumbra pero nuestras pupilas saben dónde detenerse. Besas mis manos. Me acaricias la cara con tanta suavidad que casi parece hacerlo el viento. Y sigues mucho más tiempo después de haber conseguido que me duerma.
Entonces me doy cuenta de que llevo varias horas pensándote y que ahora ya en el horizonte se dibujan las primeras luces del amanecer. Pese a haberme acabado la taza de café, me ha entrado sueño.
Me acurruco
en la cama. Debería oler a suavizante. Incluso tendría que ganar el incienso
impregnado en mi cuerpo. Pero me encuentro con tu aroma en cada centímetro de
tela. Y sé que es cuestión de segundos que consiga dormirme.
Te dedico esos últimos segundos. Te imagino dormido. Sé que lo estás. Soñándome. Tienes
los auriculares a todo volumen con alguna de las muchas canciones que nos hemos
compartido. Sé que tú también me has imaginado a tu lado. Te pienso cobijado entre las sábanas con las manos relajadas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario