La última vez que se vieron fue en el carnaval del ochenta y tres. Lo que había empezado como una agradable tarde primaveral, con temperaturas demasiado elevadas para la época del año pero estupendas para una reunión al aire libre, acabó con los bomberos como invitados estrella. No hubo víctimas, solo un susto grande.
Entonces les llegó la invitación del colegio para desenterrar la caja del tiempo. Era costumbre en su escuela guardar un objeto relevante para cada alumno de octavo de EGB en una caja de zapatos y enterrarla en el jardín trasero. Pasados al menos diez años, cualquier alumno podía solicitar un reencuentro de compañeros y realizar la extracción. Ellos habían sido una generación bastante tardía. Comprensible, por otro lado, teniendo en cuenta cómo acabó todo. Sin heridos. Solo con el suelo. Pero un buen susto.
No querían ir. Ni Manuel, ni, por supuesto, Israel. Es que no tenían ninguna necesidad. A fin de cuentas, habían perdido también todo contacto con el resto de compañeros, y era más que entendible que alguno no pudiera acudir enredado en los hilos de sus propias vidas.
Y sin embargo, ambos se habían reservado la fecha en el calendario según recibieron la carta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario