viernes, 13 de diciembre de 2024

El que esperaba - por última vez (2/2)

Regresa a la parte 1

La última vez que nos vimos ya era muy mayor. Yo acababa de dejar mi puesto fijo después de cinco años y numeras situaciones de maltrato y acoso laboral. Fue a su vez que recibía un email de una empresa en Lituania a la que había aplicado sin muchas esperanzas de exito. No, no había estado nunca antes, ni conocía el idioma ni a nadie residiendo allí. Era cierto que me habían hecho dos entrevistas y que me había parecido un ambiente agradable y en el que todos parecían estar dispuestos a ayudar.

Iba a comer a casa de mis padres. Me senté en un banco con las rodillas temblando y abrí el mensaje: me habían aceptado. ¿Y ahora qué? No sabía muy bien si reír, llorar, gritar o borrar el mensaje y hacer como que nunca lo hubiera recibido. El hombre se me acercó. No se llegó a sentar. Permaneció de pie y apoyó una mano sobre mi hombro, sin perder de vista el final de la calle estrecha. Aguardó en silencio y yo acabé por contarle todas mis dudas. Me dio confianza. Me escuchó pacientemente llegar a la conclusión de que debía vivir aquella experiencia. Le pregunté su nombre. Ernesto. Él ya sabía el mío.

Pasaron veintisiete meses hasta que regresé a España, comprometida у muу feliz con mi vida. Paseaba junto a Mykolas. Me detuve en el cruce de calles. No estaba. Miré más allá con cierta desesperación. Apenada. Estuvimos allí esperando un largo rato. No sé muy bien qué. ¿A él? Supongo que quería darle las gracias. Supongo que pensaba que siempre estaría ahí, esperando. ¿Ayudándome?

Quien apareció, en cambio, fue una mujer, vistiendo su misma gabardina marrón y portando la maleta de cuero. Ella era muy mayor y caminaba muy despacio. Me abrazó casi con lágrimas en los ojos y me entregó la maleta. Me pidió que no la abriera hasta regresar a Lituania.

Estuvimos hablando cerca de dos horas. Me contó que había crecido allí en el barrio junto a Ernesto. Se habían querido mucho pero ninguno de los dos se había atrevido a dar el paso. Esperaron y esperaron mientras los años y las décadas pasaban. Hasta aquel día en que le conté mi situación a Ernesto y él mismo se decidía a dejar de esperar. No pudieron disfrutar mucho tiempo juntos pues la enfermedad se le llevó tan solo un par de meses después, pero nunca podía dejar de agradecerme que yo también hubiera estado para él.

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