Una ráfaga de viento. Fría, acariciando el rostro con una cuchilla. Con un látigo en cada bocanada. El vendaval como una complaciente brisa. Los dientes apretados y la lluvia cubriendo los campos y las carreteras, los prados y los edificios. Los ojos cerrados y la piel áspera.
La voz que sale de una garganta sin cuerdas vocales. Las luces apagadas y el cielo iluminado. El barro. El río adormilado роrquе yа sobrepasó su jornada de trabajo. Algunos árboles complacientes y otras rocas que se escapan. La marea antes de llegar al océano. Los ojos cerrados y el fuege extinto.
Un vacío grande, inmenso, inquebrantable. Un vacío absurdo pero real. Todas las estrellas ahogando un suspiro y ciertos satélites perdiendo su órbita. Amapolas. Un sueño profundo y otros que se desvanecen. El desconsuelo. La noche que no cesa. Un número de tres cifras con el que rellenar una estadística. El menosprecio más absoluto y la culpa inexistente. La cabeza bien alta para dictar sentencia, para no olvidar. El largo camino hacia el amanecer y las horas desaparecidas. Los ojos cerrados y los pies ligeros.
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