martes, 3 de junio de 2025

Ficción: acción y efecto de fingir

Era uno de esos días de primavera que tan pronto te cae un aguacero como que te sale un sol espléndido; uno de esos que comienza con caras amargas y acaban con agujetas en los mofletes de tanto reír; uno de los que parecen no acabar nunca y las horas después se aceleran.

Era un parque de cerezos en flor y árboles frutales aún mostrando solo su esqueleto; uno inmenso en medio de una ciudad aún más grande; tan hermoso como la polución le permite oxigenarse; uno conocido más allá de las fronteras.

Era ese al que las masas coreaban y de quien apenas se sabía nada y todo a la vez; uno que creció sobre un plató de televisión y jamás conoció un hogar; aquel siempre rodeado de gente que solo podía dormir tras beber un par de botellas de alcohol.

Era una escena más, una de tantas que se había preparado, la octava del día, la que abriría la película, una sencilla que no les llevaría más que un par de tomas; era su rutina, su sueldo y su identidad.

Echó a correr. Sin previo aviso y en mitad de una frase. Corrió más allá del set. Saltó y cayó. Se levantó y siguió corriendo, realmente incapaz de escuchar las voces que trataban de llamar su atención. Siguió más allá del parque y del atardecer. Con la visión borrosa y los puños apretados.

Se pudo arrepentir de muchas decisiones. Menos de aquella. Para cuando volvió a aparecer en la ciudad, ya nadie recordaba su nombre ni su historia.

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