domingo, 25 de marzo de 2018

Botas nuevas

Todavía no me lo explico. Han pasado tres semanas y soy incapaz de darle un razonamiento lógico al hecho de que me gusten tanto mis botas nuevas. Quizá primero debería aclarar mi escaso, o más bien nulo, interés por el mundo de la moda en general. Sin embargo, he descubierto una conexión especial con mi reciente calzado.

Sabía que mis botas viejas daban de beber a los calcetines sin que yo les diera permiso. Las regañé en repetidas ocasiones pero su comportamiento no mejoraba. Postergué cuanto pude la compra de otras, pero la llegada de una tal Emma, seguida de Felipe y otra llamada Gisela, me obligaron a buscarle unas sustitutas.

En realidad las escogí porque eran las únicas que les valían a mis pequeños pies. Eran cómodas sí, pero en la tienda no suponían mucho más que eso, unas botas que debían cumplir una función concreta.

Las primeras veces siempre son especiales. Por supuesto, nos estábamos conociendo, me amoldaba a ella, las trataba con amabilidad. Sí, básicamente establecíamos nuestra relación. Mi sorpresa llega a lo largo de las siguientes semanas. No es que me sienta especialmente cómoda (de hecho algún día me hicieron daño), pero cada vez que me las pongo siento una recarga de energía muy fuerte. Sí, es raro. No son más que unas botas, pero juro que tienen algo especial. No importa mi estado de ánimo previo, al calzármelas recupero una vitalidad que, sin haber perdido, a ratos parecía dormida.

Me esfuerzo por recordar si en los días posteriores a la compra me sucedió algo tan determinante en mi vida como para asociar las botas a una felicidad plena. Miro el calendario. No, la verdad es que no me viene a la mente ningún acontecimiento particular. A decir verdad ni siquiera recuerdo ya la fecha estimada de compra, se han integrado a mi rutina. Entonces, ¿qué me está pasando? Desde luego que hay algo en ellas que…

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