lunes, 30 de septiembre de 2019

La vida secreta de los calcetines

Le echaban la culpa al perro o al gato alternativamente pese a que eran dos trozos de pan. El uno apenas ladraba y el otro dormitaba todo el día bajo el sofá. Y aún así, cada vez que alguien recogía la colada, atendían pesarosos la bronca, probablemente porque no les faltaron deseos de jugar con ellos. Pero no, no eran los responsables de la desaparición de los calcetines en esa casa.

Laurita pensaba que hacían como sus padres, que se habían cansado de convivir juntos y uno de ellos se había mudado a un barrio más rico. Sus amigas del fútbol la dijeron que habiendo dinero de por medio, seguro que aparecería pronto un tercer calcetín en cuestión. Su profesora de inglés le aseguró que sólo estaban castigados por no haber hecho los deberes, y que si no quería volatilizarse como ellos, ya sabía lo que tenía que hacer.

David estaba convencido de que eran ingresados en el hospital por una intoxicación olorosa, versión que sin duda corroboraba su novia de turno. Claro, que en esa jungla que tenía por habitación lo mismo en lugar de perdidos se habían escondido por decisión propia.

Flora les daba la razón, por supuesto, si es que ya era hora de que se independendizaran, ¡uy, si ella pudiera! Envidia le daban, que con sus contratos de dos días en dos días y su sueldo de mierda... Pero oye, que por lo menos ella tenía mucho más que los que habían ido a la universidad. Se imaginaba a los calcetines afincados ya en algún pueblecito de la montaña, comiendo de lo que daba la tierra, respirando aire no contaminado, saludando todas las mañanas a las vaquitas... Y las nevadas que les dejaban incomunicados, la falta de internet y el tener que hacer dieciséis kilómetros para socializar con alguien de su edad... pues eran renuncias de una vida feliz.

Virginia juraba y perjuraba que los había metido juntos en la lavadora y que si alguno tenía quejas que se hubiera molestado en ponerla, que no era tan difícil. Ella apostaba que se habían ido a recorrer el mundo dado lo aburrido de su hogar. Ay, Grecia, seguro que estaban paseando por los templos esos de los dioses. No, no, de escapadita romántica por París, y no como otros que de luna de miel preferían Benidorm porque estaba de moda. Ahora, que cuando volvieran no trajeran recuerdos que luego era otro trasto al que quitarle el polvo.

Mateo, que en realidad ni pinchaba ni cortaba ya en esa casa, consideraba que se hubieran puesto en huelga ante el exceso de horas extra. Que sí, que tampoco habían luchado por mantener aquello a flote pero era una cuestión de dos. ¡¡Dos!! Y total, que los papeles ya estaban firmados y no había más que hablar. ¿No? Sí, seguimos hablando de calcetines, ¿de qué si no?

La abuela Antonia era más de echarle la bronca a los de la televisión, que seguro que cuando la apagaba atravesaban la pantalla y hacían de las suyas al igual que en los culebrones. Y ya de paso se comían algún bombón, porque a ella lo del chocolate no le iba mucho. ¡Qué va!

La vecina del quinto, que siempre tenía que dar su opinión porque ella llevaba muchos años viviendo en ese edificio y, pues claro, eso le daba unos derechos, tenía la teoría de que se habrían marchado voluntariamente en busca de una costurera, porque siendo tan monos era casi un delito tenerlos con esos tomates, que vamos, que si la dejaran a ella, lo apañaba en un minuto, pero como ya no era bienvenida en esa casa... 

La cartera, que solo iba a dejar un paquete pero ya que estaba allí la insistieron en que diera también su veredicto, no entendía cómo le daban tantas vueltas: pues se habrán caído del tenderete y si te he visto no me acuerdo.

Silenciosa, en un rincón de la terraza, la lavadora llevaba años devorando esas pequeñas piezas de tela sin que nadie se atreviera a acusarla. ¡Uy como alguno se arriesgara a decirla nada...! Iban a saber entonces qué era eso del apocalipsis. No, ahora en serio, si es que no lo hacía con malicia, era simplemente que estaba muy solita, si por lo menos tuviera una secadora con la que aliarse... Además, que un calcetín al día... o dos... tampoco se iba a notar tanto, ¿no? La opción de combinarlos era igualmente buena, no hacía falta mantener todo perfecto. O tres... o cuatro... ¿cinco? Si visto lo visto, lo mismo incluso les estaba dando la oportunidad de tener una mejor vida.

sábado, 28 de septiembre de 2019

¿Amigos para siempre?

Si volvían a encontrarse sería fruto de la casualidad. Por mucho que quisieran sus caminos estaban separados. Claro que se habían planteado un reencuentro, una y cientos de veces más, hasta que el tiempo terminó por sembrar el olvido.

Podían prometerse una amistad eterna y un cariño perpetuo. Al final, la distancia convertiría sus palabras en una ráfaga de viento perdida en la estratosfera.

Podían llorar con amargura en la despedida, ganarse el berrinche del siglo y un dolor de cabeza que durara tres días. Después, nada volvería a ser igual; cada uno seguía su camino de baldosas amarillas. Del recuerdo quedaría un pasado borroso en aquella ciudad en que vivieron.

lunes, 23 de septiembre de 2019

30 de septiembre

Fue lo primero que hizo al conocerles: avisarles de que bajo ninguna circunstancia madrugaría, y aclaraba que esos significaba no levantarse antes de las once. Dormía profundamente y no se enteraba de nada de lo que sucedía a su alrededor, incluso si sonaban cuatro despertadores y un par de llamadas.

Había una excepción: los últimos diez días de septiembre se iba de casa antes que ningún otro hubiera abierto los ojos y regresaba un par de horas más tarde como si nada hubiera sucedido. Los primeros años sus compañeros eran presa de la curiosidad y más allá de las preguntas ignoradas, trataban de seguir sus pasos. Con el tiempo dejaron de buscarle una explicación atribuyéndole una importante carga personal a la que todavía no tenían acceso.

Heridas, cicatrices y felicidades perdidas formaban parte de una vida nostálgica que era vivida con plenitud por encima de todas las batallas del destino.

Todos sabían que en aquellos días sus ojos se convertían en regueros de agua, pero también que reía de la forma más auténtica y comprometida que jamás hubiera visto en ella. No era una alegría desesperada, mas bien sincera.

Aquel año su salud estaba resentida, nada fuera de lo común cuando las canas no eran ya sino la totalidad de sus cabellos. Competían con cierta consternación, aunque con orgullo, por ver quién tomaba más pastillas o el que acumulaba más visitas al médico. Pese a que lo propio era dormir menos horas, ella seguía manteniendo su costumbre de no madrugar.

Cuando llegó el 20 de septiembre y aún con las piernas hinchadas y los huesos débiles, se lanzó a la calle con su cachava y su lento caminar. Llevaba todo el mes resfriada y más pálida de lo habitual. La fragilidad de su paso en cambio mejoró con su particular ritual y seguía sacándoles la sonrisa especialmente aquellos días, como siempre había hecho. Hasta el día 30.

La encontraron en la playa. Había sido solo un desmayo y no había de qué preocuparse, decían. Ella bromeaba y se burlaba de los demás anotándose un tanto en su historial clínico.

Apenas comenzó el 1 de Octubre y su rostro angelical quedó congelado.

sábado, 21 de septiembre de 2019

Hipnotizada

Quisiera no pensarte,
enloquecer
perdida en las estrellas.
Porque soy persona
en un río de arena.

Siento.

La luna
es el cristal de mis ojos
y mis silencios sueñan
con colores del ocaso.

Anhelo tu piel.
Imagino sonrisas
bebiendo del deseo.

Es el compás
de este extraño invento.

No quiero susurros edulcorados
si no hay palabras
dibujadas en el tiempo.
Y es que escucho tu mirada
a 300 metros del futuro
y tiemblo.
Tiemblo.

Puedo ser estatua
en esta noche envenenada
pero hay labios
que hasta el sol extraña.

Bailemos cada instante
como el otoño en el cielo.

No controlo
este sueño en blanco y negro.
Vivo.

5-12-2017


martes, 17 de septiembre de 2019

Tu nombre en la arena

Apareció su nombre en la playa, grabado en la arena con esa caligrafía tan suya. Fue una mañana de verano, dos meses después de despedirnos, cuando el mar sustentaba su ritmo adormecido en la madrugada.

Seguía bajando a correr bien temprano, como cuando estábamos juntos. Allí especialmente fuertes los recuerdos; a veces me daba por llorar y otras por reírme como si no hubiera un después. Mis piernas continuaban a lo suyo como si el asfalto bajo la suela de las deportivas fuera parte de un río de lava. Sin embargo, aquellas letras sobre la tierra dorada brindaron la debilidad a mis pasos y el desconcierto a mi mente.

Caminé con la respiración agitada hasta la orilla y me detuve a un par de metros. Tan solo un par de corredores más por el paseo marítimo. No estaba escondido. No estaba ahí. Lo sabía.

Una ola lo barrió todo. El agua se retiró lentamente y la espuma aún tardó varios segundos en desaparecer. Quedaba la huella de una escritura cuidada. En cuanto subiera la marea terminaría por difuminarse, pero había existido y los dos lo sabían.

Tragó saliva y reanudó su marcha.

sábado, 14 de septiembre de 2019

Día a día

Escribir para sentir el mundo,
la caricia del olvidado,
el susurro imprevisto.

Alcanzar la luna,
despertar el recuerdo.
Nostalgia.

Escribir para ti:
regalarte los versos,
no olvidar nuestro ayer.

Rumbo sin destino,
abrazo de palabras.
Complicidad.

Escribir para vivir.


11-06-2019

miércoles, 11 de septiembre de 2019

¡¡¡Contesta!!!

De pronto aquel chat del móvil se había reactivado. Había tardado varias horas en responder porque, como era su costumbre, abandonaba el teléfono en silencio en algún rincón de la casa que luego olvidaba. Para cuando se había querido dar cuenta alcanzaba los seiscientos mensajes. Sí, le daba bastante pereza leerlos, pero la curiosidad por saber si volvían a superar la habitual cantidad de estupideces era lo suficientemente alentadora como para realizar el esfuerzo.

Se tumbó en la hamaca del jardín con una bolsa de golosinas. El sudor se impregnaba a su piel y a lo lejos aún podía escuchar el débil llanto de sus pequeños sobrinos. Sonrió aún emocionada de haberles ayudado a llegar al mundo.

Comenzó a deslizar el dedo por la pantalla pasando de la sorpresa a la indignación con cada plan aprobado si nadie decía lo contrario en los siguientes treinta segundos. Al final todo sería una pérdida de dinero y de tiempo que todos ignorarían por el 'bien de la comunidad'.

Una suave brisa y el trinar de los pájaros la ayudaban a conservar la calma necesaria para no atragantarse con las gominolas. El exceso de azúcar no iba a dulcificar su lengua viperina, menos aún cuando ponían en su boca palabras que no había dicho.

Cuando llegó al final de la conversación era incapaz de comprender de qué estaban hablando, intercambiaban preciosas estampas de cómo irían vestidos a un evento que nadie se iba a encargar de organizar.

Su mano izquierda llegó al final de la bolsa sin encontrar nada que llevarse a la boca. Sonó un nuevo mensaje: la reprochaban su falta de compromiso con el grupo por no enviar una foto con su vestuario. Iba siendo hora de hacer algo de provecho. Salió del grupo y bloqueó a todos sus miembros. Cuando la preguntaran en persona por los motivos no tendría ningún problema en hablar y discutir del estúpido mundo de los grupos multitudinarios y de la necesidad de tener vida privada.

25-07-2019

viernes, 6 de septiembre de 2019

Caminos

Sintió sus brazos en tensión cuando llegó a aquella encrucijada. Observó primero a Daniel. Fruncía los labios y su mirada seductora se convertía en una red de la que era difícil escapar. El chico dirigía su cuerpo hacia el camino de la izquierda. A lo lejos divisaba un lago en el que de seguro podrían pasar las mejores tardes de su vida y donde el atardecer parecía ser eterno.

Torció la cabeza hacia Paula. Su voz aflautada y la locura de sus pensamientos entretejían una cautivadora melodía que podía resonar en su cabeza mil horas después de haberla escuchado. Ella quería que fueran por el sendero de la derecha, un desfiladero sin final que prometía largas noches de estrellas fugaces.

No se dijeron ni una palabra. Soltaron sus manos y se alejaron de ella. No la iban a reprochar nada y ella tampoco se lo iba a tener en cuenta. Simplemente prestó atención a sus botas llenas de barro y alternativamente cada uno de los caminos.

Delante de ella quedaba el bosque, una vasta extensión de árboles que jamás había visto pero que resultaban de una belleza extraordinaria. Echó a andar por mitad de la nada, cerca de ellos pero por su propio camino.