Le echaban la culpa al perro o al gato alternativamente pese a que eran dos trozos de pan. El uno apenas ladraba y el otro dormitaba todo el día bajo el sofá. Y aún así, cada vez que alguien recogía la colada, atendían pesarosos la bronca, probablemente porque no les faltaron deseos de jugar con ellos. Pero no, no eran los responsables de la desaparición de los calcetines en esa casa.
Laurita pensaba que hacían como sus padres, que se habían cansado de convivir juntos y uno de ellos se había mudado a un barrio más rico. Sus amigas del fútbol la dijeron que habiendo dinero de por medio, seguro que aparecería pronto un tercer calcetín en cuestión. Su profesora de inglés le aseguró que sólo estaban castigados por no haber hecho los deberes, y que si no quería volatilizarse como ellos, ya sabía lo que tenía que hacer.
David estaba convencido de que eran ingresados en el hospital por una intoxicación olorosa, versión que sin duda corroboraba su novia de turno. Claro, que en esa jungla que tenía por habitación lo mismo en lugar de perdidos se habían escondido por decisión propia.
Flora les daba la razón, por supuesto, si es que ya era hora de que se independendizaran, ¡uy, si ella pudiera! Envidia le daban, que con sus contratos de dos días en dos días y su sueldo de mierda... Pero oye, que por lo menos ella tenía mucho más que los que habían ido a la universidad. Se imaginaba a los calcetines afincados ya en algún pueblecito de la montaña, comiendo de lo que daba la tierra, respirando aire no contaminado, saludando todas las mañanas a las vaquitas... Y las nevadas que les dejaban incomunicados, la falta de internet y el tener que hacer dieciséis kilómetros para socializar con alguien de su edad... pues eran renuncias de una vida feliz.
Virginia juraba y perjuraba que los había metido juntos en la lavadora y que si alguno tenía quejas que se hubiera molestado en ponerla, que no era tan difícil. Ella apostaba que se habían ido a recorrer el mundo dado lo aburrido de su hogar. Ay, Grecia, seguro que estaban paseando por los templos esos de los dioses. No, no, de escapadita romántica por París, y no como otros que de luna de miel preferían Benidorm porque estaba de moda. Ahora, que cuando volvieran no trajeran recuerdos que luego era otro trasto al que quitarle el polvo.
Mateo, que en realidad ni pinchaba ni cortaba ya en esa casa, consideraba que se hubieran puesto en huelga ante el exceso de horas extra. Que sí, que tampoco habían luchado por mantener aquello a flote pero era una cuestión de dos. ¡¡Dos!! Y total, que los papeles ya estaban firmados y no había más que hablar. ¿No? Sí, seguimos hablando de calcetines, ¿de qué si no?
La abuela Antonia era más de echarle la bronca a los de la televisión, que seguro que cuando la apagaba atravesaban la pantalla y hacían de las suyas al igual que en los culebrones. Y ya de paso se comían algún bombón, porque a ella lo del chocolate no le iba mucho. ¡Qué va!
La vecina del quinto, que siempre tenía que dar su opinión porque ella llevaba muchos años viviendo en ese edificio y, pues claro, eso le daba unos derechos, tenía la teoría de que se habrían marchado voluntariamente en busca de una costurera, porque siendo tan monos era casi un delito tenerlos con esos tomates, que vamos, que si la dejaran a ella, lo apañaba en un minuto, pero como ya no era bienvenida en esa casa...
La cartera, que solo iba a dejar un paquete pero ya que estaba allí la insistieron en que diera también su veredicto, no entendía cómo le daban tantas vueltas: pues se habrán caído del tenderete y si te he visto no me acuerdo.
Silenciosa, en un rincón de la terraza, la lavadora llevaba años devorando esas pequeñas piezas de tela sin que nadie se atreviera a acusarla. ¡Uy como alguno se arriesgara a decirla nada...! Iban a saber entonces qué era eso del apocalipsis. No, ahora en serio, si es que no lo hacía con malicia, era simplemente que estaba muy solita, si por lo menos tuviera una secadora con la que aliarse... Además, que un calcetín al día... o dos... tampoco se iba a notar tanto, ¿no? La opción de combinarlos era igualmente buena, no hacía falta mantener todo perfecto. O tres... o cuatro... ¿cinco? Si visto lo visto, lo mismo incluso les estaba dando la oportunidad de tener una mejor vida.