
Torció la cabeza hacia Paula. Su voz aflautada y la locura de sus pensamientos entretejían una cautivadora melodía que podía resonar en su cabeza mil horas después de haberla escuchado. Ella quería que fueran por el sendero de la derecha, un desfiladero sin final que prometía largas noches de estrellas fugaces.
No se dijeron ni una palabra. Soltaron sus manos y se alejaron de ella. No la iban a reprochar nada y ella tampoco se lo iba a tener en cuenta. Simplemente prestó atención a sus botas llenas de barro y alternativamente cada uno de los caminos.
Delante de ella quedaba el bosque, una vasta extensión de árboles que jamás había visto pero que resultaban de una belleza extraordinaria. Echó a andar por mitad de la nada, cerca de ellos pero por su propio camino.
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