Apareció su nombre en la playa, grabado en la arena con esa caligrafía tan suya. Fue una mañana de verano, dos meses después de despedirnos, cuando el mar sustentaba su ritmo adormecido en la madrugada.
Seguía bajando a correr bien temprano, como cuando estábamos juntos. Allí especialmente fuertes los recuerdos; a veces me daba por llorar y otras por reírme como si no hubiera un después. Mis piernas continuaban a lo suyo como si el asfalto bajo la suela de las deportivas fuera parte de un río de lava. Sin embargo, aquellas letras sobre la tierra dorada brindaron la debilidad a mis pasos y el desconcierto a mi mente.

Una ola lo barrió todo. El agua se retiró lentamente y la espuma aún tardó varios segundos en desaparecer. Quedaba la huella de una escritura cuidada. En cuanto subiera la marea terminaría por difuminarse, pero había existido y los dos lo sabían.
Tragó saliva y reanudó su marcha.
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