domingo, 8 de marzo de 2020

Un cuento a seis voces

Iba aún en el autobús cuando me añadieron a un grupo de Whatsapp titulado 'Soleado Bournemouth'. Ahí ya tuve la primera impresión de una de mis compañeras. Alessandra enviaba audios cada dos por tres. Por el momento es sólo una voz, no hay cara ni historia detrás.

A mi llegada a la estación que tan bien conocía, me esperaba la coordinadora de los voluntarios. Charlamos un rato mientras esperábamos a otra voluntaria. Se detuvo un autobús y una chica rubia nos miró sonriente. Sabine acababa de cumplir los dieciocho años pero su madurez no es la de cualquier otra joven de su edad. Es alemana, le gusta la fotografía y la repostería, pero aún pasará un tiempo antes de que seamos testigos de su buen hacer. En los próximos días descubrirá que ya había estado en Bournemouth. ¿Qué será lo que tiene está ciudad para hacernos regresar?

La coordinadora nos trasladó a uno de los centros de la asociación, Fusion. Allí conocemos a otra de las personas encargadas de los voluntarios y a otras dos chicas. Flavia tiene un año más que yo y también es española. Le fascina el arte y tiene un cariño inconmensurable por su sobrino. Lenka es de mi edad y su pasión también está en la captura de imágenes, enseguida se convertirá en nuestra Fotógrafa oficial. Es de República Checa y también es buena con los pinceles, tanto sobre papel como con el maquillaje. Ella llegó el día anterior y nos lleva de paseo a la que próximamente será nuestra casa.

Por el camino mis ojos se deleitan con esas calles de recuerdos veraniegos no tan lejanos. Es difícil aún pensar que voy a vivir aquí por un año entero. Nos acompañan los silencios y las primeras preguntas sobre quienes somos.

La casa está situada en el centro. El portal... bueno, hay películas de terror que empiezan con un plano similar... pero en realidad aún es sólo una sensación, todavía no conocemos al monstruo. Las habitaciones son bastante espaciosas y las ventanas amplias. No hay persianas. Dentro del propio piso hay dos plantas. Hay quien escoge habitación pero yo no me decido.

Volvemos a Fusion y conocemos a Ádám, por el momento el único chico. Tiene veinte años y es de Hungría. Le encanta la música y, para su suerte y la de todos los demás, va a encontrar una guitarra en la casa con la que deleitarnos horas y horas. Va a ser actor, de comedia o de lo que la vida le ofrezca, pero va a triunfar. Salimos a dar un paseo por la playa. Vamos descubriendo que nos unen las dudas del futuro; hemos cerrado etapas y no sabemos qué puerta abrir a continuación pero tenemos claro que queremos disfrutar de nuestro año de voluntariado, tenemos tiempo para pensar qué hacer después... o no.

Regresamos al centro y cargamos todas nuestras maletas y un montón de comida en un mini bus de la asociación. Uno de los coordinadores se viene con nosotros y nos conduce otro chico joven. Paramos en la estación a recoger a Alessandra. Es italiana, la mayor del grupo y que en los próximos meses va a insistir en que es vieja cuando no supera ni la treintena. Está como un cencerro y no se calla ni debajo del agua (sí, lo he comprobado), pero ante todo, sabe cómo hacerse querer.

Nos conducen en la noche a Studland, un pueblo costero a algo más de media hora. De nuevo me vienen imágenes de película, nos dejamos llevar con plena confianza, pero quién sabe nada. El minibus se detiene en Sandyholme, una residencia de la asociación en la que vamos a realizar la primera formación hasta el viernes. Comparto habitación con Lenka. Es extraño mantener toda la ropa en la maleta.

Las jornadas siguientes transcurirán entre pequeñas lecciones y juegos para conocernos mejor. Disfrutamos de la cultura gastronómica con su desayuno. Cocinamos entre todos, bueno Ádám mira cómo lo hacemos las demás, pero aún no se ha convertido en el probador oficial, ojo que no es una tarea fácil entre tanta multiculturalidad. Una noche vienen dos voluntarios que terminan su experiencia de dos meses y nos dan consejos. También nos llevan a un tour por los diferentes centros. Otra tarde la pasamos de excursión a Old Harry Rocks, posiblemente una de las razones por las que tanto me gusta el entorno.

El viernes por la noche regresamos a Bournemouth con un montón de comida (y plátanos, muchos plátanos) y un montón de ilusión. Subirlo todo hasta la segunda planta desata las primeras carcajadas. Ha sido como un campamento y los lazos que hemos formado van a ser ya para siempre.

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