
Diciembre trajo frío, por supuesto, pero más allá, el paraguas y las gafas de sol debían ir siempre contigo, tan pronto puede granizar como estar en medio de un huracán o disfrutar del solecito en la cara.
La particularidad de Bournemouth es que no se sabe muy bien en que punto acaba la ciudad y empieza la siguiente, por un lado Poole y por otro Christchurch. El viaje del mes es a esta segunda. No hay mucho que ver aunque impactan las ruinas de un castillo de arquitectura normanda, y una iglesia enorme a orillas del río en la que pudimos disfrutar de un ensayo del concierto de Navidad.
Recuerdo con especial cariño la fiesta con los compañeros del departamento y todos y cada uno de los juegos. Recuerdo las tres despedidas de Aalto, la estudiante de trabajo social en prácticas en nuestro proyecto, como si en realidad no debiéramos decirnos adiós. Recuerdo el ambiente festivo de la calle contra el que luché mis horas de insomnio.
Y hablemos de eso, de que no es solo que lleven horripilantes jerséis con adornos navideños, o que las postales ocupen largos pasillos en cualquier sitio en que puedas comprar algo, es también que el día 26, festivo nacional, no haya trenes porque Santa lo esté utilizando, o que en las máquinas de autopago la voz del repartidor de juguetes te pregunto por cómo vas a pasar las fiestas. Fue una experiencia cultural interesante.
El día 24 nos fuimos Ádám y yo a Salisbury. Es una ciudad por la que sentimos un gran interés y en la que había mercadillo navideño, no nos hacía falta nada más. Pero el río estaba medio desbordado y los puestos de venta más bien escasos y repetitivos, pero lo suficiente para que él se comprara un reloj con el que a partir de entonces pudiera cocinar, decía...

El día 25 amaneció soleado pero sin calefacción. Papá Noel nos podía haber traído carbón pero fue un poco más cruel incluso, pues en un piso con mal aislamiento y por el que con las ventanas cerradas entra el viento, que se rompa la caldera en un día festivo no es desde luego el regalo que esperábamos... Fuimos a comer a nuestra asociación, fue emotivo estar allí y que nos regalaran un gorro rojo. Por la tarde me di un paseo por la playa antes de regresar al congelador que tenía por habitación pese que aún conversaba cierto calor.
Regresé a España el día 26 tras una lluviosa mañana en Londres. Dejé a Ádám viviendo en la cocina para que por lo menos el horno le diera algo de calor. Aún quedaba lo peor.