Las tardes que ahogamos en la playa siempre nos parecían pocas. Fue una de esas amistades que por perfectas terminan rotas. Nunca lo hablamos. Nunca lo lamentamos. ¿Recuerdas cómo empezó? Yo no, aunque debíamos tener la edad suficiente para conservar una imagen vaga por lo menos. ¿Recuerdas cómo acabó? Yo tampoco, aunque si de verdad nos importó a lo mejor deberíamos esforzarnos por entenderlo.
Hoy camino por la arena y te quiero ver aquí, junto a mí, pero tan solo veo el mar en calma en el horizonte. Y las olas vienen, rompen, se vuelven difusas junto a mis pies y ya no hay ola, y ya sé que no te puedo ver aunque pasees por la misma playa.
Nos recuerdo de pequeñas en el agua. No me puedo creer que sea el mismo mar. El frío me impide avanzar más allá de las rodillas. Y lo intento un día tras otro en primavera y en verano, incluso me compré un neopreno... pero este ya no es nuestro mar como aquellas ya no somos nosotras. Y ya da igual, y ya no es triste porque es vida, la de dos personas que se querían lo suficiente para dejarse marchar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario