viernes, 29 de enero de 2021

¿Otro planeta?

Sabía que no estaba solo en aquel planeta y que, ciertamente, sus objetos eran muy similares a los de La Tierra. Habían pasado veintisiete días desde que su nave se estrellara. No. Habían pasado veintisiete días desde que despertara. Su reloj había dejado de funcionar pero, por la sangre seca de su ropa y sus heridas, todo parecía indicar que ya había pasado algún tiempo.

Nadie le había encontrado. Quizá nadie le buscó.

Sacó del agua aquel palé. Lo dejó en la playa por varios días. Claro que había intentado huir, pero el mar, que siempre estaba en calma, se tragaba todos sus intentos de bote.

Una mañana aparecieron dos maderas más, perfectas para sus hogueras nocturnas. Las dejó secar junto al palé y se lanzó a nadar; necesitaba mantener su mente ocupada y cansar su cuerpo si quería dormir por la noche.

Esa misma tarde apareció una tela, perfecta como vela. No tenía nada mejor que hacer así que construyó un barquito con las piezas que el mar parecía estar entregándole. Se lanzó al mar. No cogió nada. No se despidió de la piedra en que veía el atardecer. No acarició por última vez aquella sombra que se parecía tanto a él. La confianza que tenía depositada en que aquellas maderas le mantuvieran a flote por más de dos minutos, era nula.

Los dos minutos se convirtieron en cuatro. Después en diez, veinte, cuarenta... y cuando se quiso dar cuenta no había isla a la que volver.

Perdió la noción del tiempo en el momento en que descubrió que no había un sol sino dos.

No divisó tierra firme. Se chocó contra ella. Había gente, mucha gente. A ninguno le extrañó su llegada por mar, incluso le preguntaban que cómo iba a llegar si no era por mar.

Y luego los vio. A sus padres. A los que él había enterrado ocho años atrás. No, no estaba soñando. Estaba muerto. Allí. Estaba vivo. Aquí.

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