viernes, 15 de enero de 2021

Propósito de año nuevo

Las había descubierto esa misma mañana cuando destrozó su habitación. Ni siquiera recordaba haberlas comprado, pero estaba convencida de que jamás habían pisado la calle. Así que cuando esa noche, entre los langostinos y el champán, la preguntaron por sus intenciones para con el nuevo año, soltó una carcajada irónica y aseguró, con la seriedad propia de quien ya ha bebido de más antes del brindis, que haría deporte a diario.

No esperaba cumplirlo el mismo día uno de enero a las tres de la mañana, pero ahí estaba ella, a cinco grados bajo cero en mitad del bosque vociferando que la encantaban sus nuevas deportivas y la daba igual que fueran blancas y las estuviera llenando de barro.

La resaca y las agujetas del día siguiente tampoco las había previsto. Lo primero logró dominarlo con mucha agua y un par de pastillas hacia media tarde. Para lo segundo se calzó de nuevo las zapatillas y salió a correr para prevenir un mayor dolor de cabeza si tenía la oportunidad de cruzarse a alguno de los demás comensales de la cena de Nochevieja. El resfriado aún no había dado muestras de vida porque debía estar concentrado en el proceso de incubación.

La señal de que estaba haciendo algo mal fue, en cambio, que empezó a dormir como un bebé. No recordaba cuándo había sido la última vez que se había ido a la cama y no había pasado más de dos horas dando vueltas entre las sábanas, y pegando puñetazos a la almohada hasta lograr que su mente decidiera apagarse, o por lo menos aparentarlo.

Incrementaba quince minutos diarios el tiempo de carrera para lograr el mismo efecto. Sin embargo, las deportivas no llevaron tan bien como ella aquel paso brusco desde la inactividad y, después de tres semanas, las suelas cedieron por completo.

El uno de febrero, lejos de aquella cena de Nochevieja, daba por finalizado su propósito deportivo e iniciaba un nuevo año en que sus decisiones eran tomadas sin la intervención del alcohol.

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