martes, 16 de febrero de 2021

La costurera

Amelia solía sentarse en aquel banco a remendar los pantalones. Lo hacía después de haber tendido la colada y esparcir la ropa amarilleado en el césped para que recuperara su color blanco. Se sentaba a medio día, después de haber dejado la comida preparada y las habitaciones recogidas. Zurcía la ropa antes de que su marido volviera de tomarse un chato de vino y recoger a los nietos del colegio.

Amelia sacaba el hilo y la aguja cuando los pájaros dejaban de cantar y se posaban en el muro de enfrente a tomar el sol adormeciéndose. La mujer cosía cuando el viento se olvidaba de soplar y el agua del regato quedaba estancada. Ella siempre observaba a las hormigas transportar enormes piezas de comida antes de comprobar que nadie la veía.

Amelia dejaba los bártulos sobre la rugosa madera y cerraba los ojos. Tardaba varios segundos. La edad se notaba también en su capacidad de concentración para lograr teletransportarse. Visitaba rápidamente a sus otros familiares, les contaba los acontecimientos más relevantes de La Tierra y calmaba las ansias de los más impacientes.

Amelia regresaba a tiempo de enhebrar la aguja y dar los últimos pespuntes.

2 comentarios:

  1. Gracias. Tu relato me ha transportado también a un recondito lugar donde soy feliz.

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  2. Pues espero que además de transportarte puedas ir pronto físicamente, que soñar está muy bien pero hay vivir

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