Amelia solía sentarse en aquel banco a remendar los pantalones. Lo hacía después de haber tendido la colada y esparcir la ropa amarilleado en el césped para que recuperara su color blanco. Se sentaba a medio día, después de haber dejado la comida preparada y las habitaciones recogidas. Zurcía la ropa antes de que su marido volviera de tomarse un chato de vino y recoger a los nietos del colegio.
Amelia sacaba el hilo y la aguja cuando los pájaros dejaban de cantar y se posaban en el muro de enfrente a tomar el sol adormeciéndose. La mujer cosía cuando el viento se olvidaba de soplar y el agua del regato quedaba estancada. Ella siempre observaba a las hormigas transportar enormes piezas de comida antes de comprobar que nadie la veía.
Amelia regresaba a tiempo de enhebrar la aguja y dar los últimos pespuntes.
Gracias. Tu relato me ha transportado también a un recondito lugar donde soy feliz.
ResponderEliminarPues espero que además de transportarte puedas ir pronto físicamente, que soñar está muy bien pero hay vivir
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