lunes, 17 de mayo de 2021

En Madrid a 2021

A veces ya no está. He jugado tanto, que me lo he creído. A veces se convierte en un esqueleto; lo inserto con delicadeza bajo la piel y lo arranco sin anestesia. Casi siempre es un escudo, una capa que no protege y una espada que empuño y no utilizo. Casi siempre lo maquillo para que parezca más feo. Casi nunca lo domino. Se camufla y sube por el estómago pellizcándome.

Me gusta cuando se aleja sin despedirse. Lo noto enseguida porque me deja en un equilibrio inestable. Me gusta cuando le escupo a la cara y le doy una patada para que se marche. Deja heridas y luego cicatrices. Me gusta cuando lo miro a los ojos y no hace falta que lo desafíe. Se da media vuelta y camina despacio confiando en mi arrepentimiento. Yo solo suspiro y dejo que se instale en el mismo peldaño que las decepciones y la cobardía.

A veces soy yo quien se aleja sin despedirse. Cierro la boca y escondo la rabia bajo la benevolencia. A veces soy yo quien pone una distancia insalvable. Lo remato con el convencimiento de que será la penúltima vez. A veces soy yo quien se da media vuelta para no ver cómo llega. Porque he sido yo quien lo ha contratado.

Me gusta sembrar algunas frases que sé que no van a ser recogidas. Esto también es escritura. Y satisfacción propia. Me gusta dibujar el último punto de cada párrafo. Nunca el punto y final. Y eso no es escritura. Me gusta cuando mi mano hace el viaje sola. Incluso cuando el lápiz me traiciona. Eso es el camino de la sinceridad.

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