Dijo que se la regalaba, que sería para siempre su canción, y en aquel momento no le pudo hacer más ilusión. Besó su frente y le sonrió. Era una sonrisa cálida. Sabía que no lo era. Observó por el rabillo del ojo cómo dejaba el instrumento encima de la mesa.
Cuando volvió a ver sus labios, la sangre ya brotaba por su pecho. Fueron dos disparos pero no llegó a oírlos. En su mente seguía sonando aquella tierna melodía.
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