sábado, 22 de mayo de 2021

En un día soleado

Se sienta en el banco. Pasa un tren. Y luego otro. Hay un motor en movimiento. Una voz que murmulla. Ruge. Su cuerpo es una estatua. Un marco sin cuadro. Una sombra. Ni siquiera tiene la mirada perdida. Sus rodillas tiemblan, pero solo puedes apreciarlo si te acercas. Y no te acercas. Una barrera te lo impide. Buscas la llave y la encuentras.

Se sube al tren. Anuda su estómago y cierra los ojos. Parece que no está, que la sal se la llevó el viento. A ratos olvidas su presencia. Te obliga a que vuelvas invisible su cuerpo. Y de inmediato pone su dedo índice en tu brazo. Es una energía cálida. Sutil y menguante. Fugaz.

Deja que el tren se vaya. Sus manos tiemblan pero se despide con firmeza. La estación se queda vacía. Tan solo su cuerpo. El motor sigue en marcha. La estatua sigue cerca. Demasiado.

Se mete en la cama. El motor es ruido. Un ruido constante. Los dedos de los pies acarician el frío de las sábanas. Las manos son un puño, su cuerpo una estatua. Pone música de fondo y apoya el ruido sobre la almohada. Lo sacude y ahoga sus arrugas. Pone música de fondo para apagar el motor. Anuda el estómago y cierra los ojos. Se tapa con la manta y suda para que el ruido se adhiera a su piel.

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