-Me gusta mi casa y esforzarme al máximo en el trabajo 1
Hay un instante en que el corazón se acelera y el estómago se llena de mariposas. Es amor... pero no como piensas. Escribir, leer,... vivir la cultura y no ser capaz de abandonarla. Me encantan las matemáticas pero amo el arte. Me gusta el cine pero amo el teatro. Sueño despierta porque la realidad en ocasiones me aburre. Me llamo Sara y quiero sentir.
martes, 28 de febrero de 2023
Conclusiones a seis meses de independencia y gestionar dos trabajos de lunes a domingo
lunes, 20 de febrero de 2023
Las noches largas
Te escribo de madrugada, con una taza bien cargada de café y el humo del incienso abrigándome.
Te veo todas las noches. En mi cama. Con un pijama de
invierno. Es siempre la misma noche. Una noche eterna.
A veces llevo ya un rato acostada pero no tengo
sueño. Simplemente estoy y me siento plena. Dejo que mis pies se deslicen
lentamente entre las sábanas. Juegan con el frío.
Otras veces te imagino llegar. Giras la llave
en la cerradura con extremo cuidado. Te descalzas y cierras la puerta. Dejas tu
mochila y el abrigo sobre el sofá del salón. Apenas se cuela algo de la luz de
la luna a través de las cortinas, pero te mueves con confianza, sabiendo
perfectamente qué se oculta en cada rincón. Caminas despacio.
Entras en la habitación y te digo que hace apenas unos
minutos que me he acostado y no me importa que enciendas la luz. Prefieres no
hacerlo alegando que tus ojos (y los míos) ya se han acostumbrado a la
oscuridad. No te creo. No te lo digo. Sabes que no me lo he creído.
Te pregunto por cómo ha ido la tarde y me cuentas una
anécdota insulsa. Pienso que hasta eso es mentira. Que te lo acabas de
inventar. Que es lo que te hubiera gustado que pasara.
Te pones el pijama y te metes en la cama. Te quedas boca
arriba. Temblando. Te doy la mano y me la aprietas con fuerza. Respiras de
forma entrecortada. Sé que una lágrima está ahora mismo resbalando por tu
mejilla y te aprieto la mano más fuerte. Te susurro. Nos miramos a los ojos. Encontramos la luz en las pupilas del otro. Respiramos
juntos. Beso tu frente. Te acaricio el pelo hasta que te quedas dormido.
Otros días te imagino llegar y me hago la dormida. Tú sabes que esas noches no
voy a poder dormir, que soy yo quien busca la anécdota más estúpida del día
para no hacerte ver que me siento una mierda. Imagino que eres tú quien mece
mis mentiras.
Entras en la habitación con la misma delicadeza. Te tumbas y me abrazas por la espalda. Empiezo a temblar mientras mis mejillas se inundan. Y me abrazas más fuerte. Me susurras. Me giro y te miro a los ojos. Seguimos estando en penumbra pero nuestras pupilas saben dónde detenerse. Besas mis manos. Me acaricias la cara con tanta suavidad que casi parece hacerlo el viento. Y sigues mucho más tiempo después de haber conseguido que me duerma.
Entonces me doy cuenta de que llevo varias horas pensándote y que ahora ya en el horizonte se dibujan las primeras luces del amanecer. Pese a haberme acabado la taza de café, me ha entrado sueño.
Me acurruco
en la cama. Debería oler a suavizante. Incluso tendría que ganar el incienso
impregnado en mi cuerpo. Pero me encuentro con tu aroma en cada centímetro de
tela. Y sé que es cuestión de segundos que consiga dormirme.
Te dedico esos últimos segundos. Te imagino dormido. Sé que lo estás. Soñándome. Tienes
los auriculares a todo volumen con alguna de las muchas canciones que nos hemos
compartido. Sé que tú también me has imaginado a tu lado. Te pienso cobijado entre las sábanas con las manos relajadas.
viernes, 17 de febrero de 2023
Llamada de atención
Soñé que me llamabas por teléfono y yo te contestaba como si nada. Como si no fuéramos ahora dos desconocidas. Como si en algún momento hubiéramos sido amigas. Como si no hiciera siete años que no sé nada de ti. Como si hubiera podido entender por qué dejaste de hablarme.
Soñé que me llamabas por teléfono y yo no lo entiendo. Porque no ha pasado nada en mi vida por lo que necesite traerte de vuelta. Porque aquello pasó y está guardado en el recuerdo, ni olvidado ni revisionado con frecuencia. Porque todo está ya bien y no vas a ponerlo ahora del revés.
Soñé que me llamabas por teléfono y estoy segura de que mi inconsciente me quiere decir algo, algo importante, algo vital, algo que tiene que ver conmigo y no quiero ver, algo que creo que no es exáctamente que debemos reencontrarnos, algo que no descubro en el sueño ni tampoco quiero que me sea desvelado de tal modo.
Soñé que me llamabas por teléfono y no recordé la última vez que alguien lo hacía, que ya no recuerda las voces que hay detrás de algunos mensajes, que habrá quien tampoco recuerdo la mía, que soy un silencio constante.
Soñé de forma recurrente que mi movil sonaba y nadie respondía.
miércoles, 8 de febrero de 2023
La mujer del lago II

Emergió en el centro del lago y comenzó a bucear en circulos concétricos acercándose cada vez más a la orilla. Era claramente su rostro pero ahora su cabello era completamente negro y estaba recogido en una trenza. Lo cierto es que no parecía teñido mientras lucía rubio, como tampoco lo parecía en aquel tono azabache.
Ya cercana al borde nadó a espalda a gran velocidad, casi una nadadora olímpica. Tres vueltas y a la cuarta optó por ir a braza. Cada vez más lento y torpe, como si el cansancio (¿de toda la semana?) le fuera haciendo mella.
Salió del agua tambaleándose. En su mano derecha portaba un pequeño cetro de marfil con una obsidiana engarzada en un extremo.
Encontró su toalla y la bolsa de la playa bajo un matorral. Deberían habérselo escondido mejor. Pero no les regañaría. No en esta ocasión. Estaba muy cansada.
Sacudió la toalla y la extendió sobre el césped. Se puso las gafas de sol y se tumbó boca arriba. Comenzaban a formarse nubes negras sobre las montañas. Se giró y sacó de su bolsa un par de algodones y quitaesmaltes. Sus uñas todavía parecían recién pintadas pero ella eliminó todo rastro del rosa chicle con el que las había decorado.
Se sentó cruzando las piernas y sacó un bocadillo de jamón y queso. Lo degustó mientras leía en su móvil las noticias. Al acabar, remarcó sus labios de rojo y se calzó.Cuando se puso en pie, agitó las manos en el aire y el viento envolvió el cetro entre hojas secas y telas de araña hasta hacerlo desaparecer.
La mujer abandonó el lago en el preciso momento en que la tormenta comenzó a descargar sobre el pueblo. Y no dejaría de hacerlo por mucho tiempo.
domingo, 5 de febrero de 2023
La mujer del lago I
Se alejó un poco del camino. Tampoco es que fuera un gran lago, más bien lo contrario. Estaba cerca del pueblo pero los lugareños preferían pagar unos eurillos por la piscina municipal del pueblo, y evitar a sus vez los insectos salvajes propios del entorno. A veces sí podía verse a algún turista o ciertos críos preparando trastadas.
Extendió la toalla sobre una roca plana y se descalzó. Se acercó hasta la orilla y metió el dedo gordo del pie derecho. No pareció impresionarla la temperatura pese a las precauciones que estaba tomando. Al lago le daba el sol toda la mañana y gran parte de la tarde, era ya a eso de las siete y media, cuando ella había llegado, que la sombra iba ganando terreno.
Se quitó la camiseta y se tumbó boca abajo. Sacó un pintauñas rosa chicle y comenzó a pintarse las uñas de las manos. Al acabar, se giró a contemplar el cielo azul mientras esperaba a que se secara el esmalte. Era un día claro, sin una sola nube. No había sido así la última semana, que entre la lluvia y el granizo, los veraneantes no había tenido tregua para las cervezas en alguna terraza de bar.
Se sentó cruzando las piernas y se pintó los labios de rojo sin utilizar ningún espejo. Le quedó perfecto. Sacó un par de revistas del corazón ya manoseadas. Pasó las páginas lentamente, sin leer, más bien fijándose solo en las fotografías mientras degustaba su café, ahora ya no tan frío.
Cuando el sol comenzó a desaparecer tras las montañas, se quitó las gafas y entró en el agua. Despacio. Muy despacio. Calculando cada uno de sus pasos.
Empezó a nadar a braza. Casi con torpeza. Sin querer mojarse el pelo. Muy cerca de la orilla, bordeando el lago. Casi rozando las rodillas con la arena. Dio cuatro vueltas. Para la quinta, cambió de estilo, empezó a nadar a crol y aceleró el ritmo. Tres vueltas después, podría decirse que su velocidad era la de una atleta de alto rendimiento. Entonces comenzó a bucear haciendo círculos. Cada vez más lejos de la orilla.
Para cuando el cielo comenzó a mostrar las constelaciones y sin tomar una bocanada más larga de aire, se zambulló justo en el centro del lago y no volvió a salir a la superficie hasta el séptimo día.