Para mi sorpresa, no había nadie en casa. Mamá me había dejado un bocadillo de jamón y queso en mi habitación y una nota en la que me rogaba que no se me ocurriera abrir la puerta de la calle a nadie, mucho menos al tío Pascual.
La tía Vicenta y el tio Pascual se habían casado el año pasado. Ella era bastante joven y él mucho más mayor. En el cole me dijeron que es que el amor no entiende de edades, pero a la abuela no le gustaba nada el tío y decía que eso no era verdad. Entonces mama le decía que se callara y ella lo hacía. No lo entendía, ¿no se suponía que eran solo los mayores los que daban ordenes a los más pequeños y no al revés? ¿Porqué la abuela hacía caso a mamá? Luego mama me sonreia y aseguraba que había cosas de mayores que yo no podía entender todavía. ¡Claro, porque no me lo querían explicar, así era imposible!
Es triste que los últimos recuerdos que tengo de la tía Vicenta sean esos. Ella era guay. Me traía chuches a escondidas y me estaba ayudando con las mates. Había estudiado en la universidad y a veces daba conferencias allí. Era muy inteligente.
Mamá y papá nunca quieren hablar de ella. Y mucho menos que les pregunte por aquellos días. Fue un par de días después, en la madrugada, cuando descubrí lo que significaba la palabra suicidio.
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