Luces estroboscópicas y música saturando los niveles. Voces distorsionadas. Miradas perdidas. Colores complementarios. Primarios. Algunos pensamientos que vienen y van, que desde luego no se retienen. Practicar físicamente pero sin intención buscada el “por un oido le entra y por el otro le sale”. Los ojos incapaces de focalizar, las manos incapaces de sentir. Y aún asi un cuerpo que no para; que sube las excaleras, que friega, limpia, baja las escaleras y va al gimnasio. Que se machaca y luego regresa dando un paseo largo “por entretener la tarde libre”. Cena enganchada al teléfono y tendiendo la colada. Recoge. Se acuesta.
Hay silencio pero sigue el ruido. Se levanta de la cama, se sienta frente al portátil, aguarda unos segundos. Sin sueño. Enciende la pantalla y abre un documento nuevo. Lo observa. Siente una ebullición de pensamientos, el magma subiendo por el cono volcánico y rozando el cielo. Pero permanece inmóvil con el rostro inexpresivo.
Pason los segundos. Deja que se vayan los minutos. Y las horas. Apenas parpadea pero sin sueño. Piensa que el problema es el cansancio físico. Aún no le duelen las pestañas.
Cierra el portátil y regresa a la cama en la oscuridad. Se acuesta. Cierra los ojos. Sigue quedando ruido en mitad del silencio. Solo las horas acaban por hacerle ceder.
Se levanta. Solo queda silencio. Nada más. Absolutamente nada más. Silencio.
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