Me gustaría no sentir esta necesidad tan grande por abrazarte. Y me apena de verás no poder hacerlo. Pero es que por encima de todo te odio y no puedo sentir otra clase de afecto hacia ti.
Supongo que la tía Pili diría que lo que tengo son celos, envidia de ti. Y sí, claro, tú tienes una vida por delante y yo nada más que la muerte. Antes no era así. No me dabas asco.
Al principio iba detrás de ti a todas partes. Te gritaba muy fuerte en el oído y te ponía la zancadilla. No con intención de hacerte daño sino para llamar tu atención. Pero tú no te inmutabas. Es normal, pero me llevó un tiempo comprender mis nuevas normas corporales.
Cuando volvisteis a Madrid, os acompañé. No me gustó verte jugar sola en casa pero me encantó la pulsera que te regalaron mis amigas del cole. Y cómo te abrazaban cuando te acordabas de mí.
Luego conociste a aquel chico del instituto y veníais mucho a casa a hacer los deberes y ver películas. Me aburría un poco. Y luego empecé a sentir que estaba de sujetavelas aunque no supierais que estaba allí. Nunca supe si debía alegrarme de que tuvieras tu primer novio. Yo te iba a organizar la boda a ti y tú te encargarías de la mía. ¿Qué iba a pasar ahora? Te casarías sin mí, por supuesto. Quizá me mencionaras en el convite pero todo sería perfecto. Sin mí.
Conocí a otros niños, niños de mi edad con los que podía jugar e irme de aventuras. No era como cuando íbamos con Tomás y Ernesto, pero también me divertía.
Lo que no soportaba era que el abuelo viniera a verme todos los días. Así que según le veía aparecer por la verja, me iba de allí. Lo más lejos que podía.
Luego él se murió y le enterrasteis a mi lado. ¿Qué pasa, que tenía que vigilarme todo el día? ¿No podía dejarme descansar tranquila? ¿Es que no recordabais ya lo que me había hecho? Que sí, que yo sé que no fue su culpa. Pero sí quien tomó las decisiones importantes. El abuelo no me dijo nada. Ni siquiera un "hola". Había estado más de seis años visitándome casi diariamente y no se atrevía a mirarme a la cara.
Por eso me volví a casa. Todos vosotros dejasteis de venir a menudo y yo me instalé aquí. A fin de cuentas alguien tenía que ocuparse de las goteras y de mantener a raya a los ratones. El polvo y las arañas os lo dejé a vosotros para que no fuera muy cantoso. Y porque no me iba a ocupar yo de todo, que suficiente tenía con lo mío.
Hace unas semanas me di cuenta de que te estabas organizando para mudarte aquí. Y entonces pensé que teníamos que hablar... De lo que pasó realmente aquel día. Creo que mereces saberlo. No me gustaría guardarte rencor eternamente.
Sería bonito volver a vivir juntas… Aunque trate de negarlo… Yo también te echo mucho de menos.
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