viernes, 28 de junio de 2024

La niña migrante - La Tierra 4/4

Regresa a la parte 3: La tormenta

Apenas ha amanecido cuando parten en busca de otro hogar. La madre, el padre y la hija. Agotados pero juntos de nuevo. Llegan al aeropuerto con un par de maletas, profundas ojeras y una sonrisa entusiasta por comenzar una nueva vida al otro lado del planeta. Otra nueva vida.

Compran los billetes en el mismo aeropuerto. El destino es completamente aleatorio: el vuelo que despegue antes y esté a, al menos, diez mil kilómetros. Hace tiempo que se acostumbraron a aquella incertidumbre.

Durante el vuelo, la madre estudia un diccionario del idioma del nuevo país. El padre charla con otros viajantes sobre tradiciones y cultura. La hija se traga una película tras otra en el idioma local hasta sentirse segura con el mismo. Después, se duermen. Plácidamente. Apoyando la cabeza unos sobre otros.

En menos de una semana, el padre y la madre habrán logrado un nuevo trabajo. Llamará la atención la rapidez con la que lo logran. Ellos solo sonreirán si alguien lo menciona. La hija no habrá intentado establecer ningún vínculo emocional con sus compañeros de clase y los profesores la habrán metido ya en el grupo de los tímidos. Adquirán nuevas rutinas hasta la llegada de la siguiente tormenta. Y vuelta a empezar. Así una y otra vez. Hasta el día, cada vez más cercano, en que se cumpla la profecía.

miércoles, 26 de junio de 2024

La niña migrante - La tormenta 3/4

Regresa a la Parte 2: La Piscina

La madre y el padre salieron unos diez minutos más tarde de lo que deberían. Había comenzado a llover un par de horas antes. Lo cierto es que no había previsión de precipitaciones, pero el cambio climático se hacía notar cada vez más y no resultaba tan extraño. Los progenitores caminaban resguardándose entre portales y los salientes de los balcones. Comentaban apaciblemente su jornada.

Y entonces llegó: el rayo más intenso que jamás se hubiera registrado en la ciudad de Madrid. Duró casi cuatro segundos y las ramificaciones se contaban por decenas. El trueno apareció al instante sin despegarse del relámpago y se llegó a escuchar en las provincias aledañas como si hubiera impactado en las mismas.

Para cuando luz y sonido desaparecieron, el padre y la madre se habían cogido fuertemente de las manos y se observaban a los ojos con preocupación. Fue solo un instante antes de salir corriendo por mitad de la calle sin importarles los charcos. Atravesaron el portal y subieron las escaleras de dos en dos. La puerta de su piso quedó abierta mientras gritaban el nombre de su hija sin obtener ninguna respuesta. Buscaron en cada estancia, revolviendo inútilmente dentro de los armarios y bajo las camas. En realidad ellos ya sabían que no se encontraría allí. Teléfono tenía pero en aquellas situaciones quedaba temporalmente inutilizado por la descarga eléctrica.

La madre se lanzó de nuevo a la calle. Esta vez acompañada por un chubasquero. El padre se quedó recogiendo las pocas pertenencias que habían acumulado en los últimos meses. No se les ocurrió llamar a la policía: su hija había desaparecido y, por su bien, y por el de la propia ciudad, no convenía que nadie más allá de sus progenitores, la buscara.

Callejeó guiándose por su instinto, a veces acercándose al parque del árbol en el que todavía se encontraba la niña encaramada, a veces alejándose. No era la primera vez. Ni probablemente sería la última. Era evidente que cada vez se acortaban más los tiempos, pero todavía no había llegado el momento clave. De momento, sabía que debía caminar y que, por muy grande que fuera la ciudad, acabarían por encontrarse.

jueves, 20 de junio de 2024

La niña migrante - La piscina - 2/4

Regresa a La familia

La hija ha entrado en el polideportivo algo más tarde de lo habitual. Es que una profesora le ha pedido quedarse al acabar la clase y le ha estado haciendo preguntas. Ella ha contestado a todo sin ningún reparo pero eligiendo meticulosamente sus palabras. Entiende, sin entender, que se preocupan por ella. Que se esfuerzan.

Ha ido directa al vestuario de adultos, en el infantil hay demasiados crios. Ha reconocido a un par de compañeras y las ha saludado educadamente. Ellas la han ignorado. Sus madres, en cambio, sí que la han prestado atención. Demasiada. Ella se ha cambiado rápidamente y lo ha guardado todo en una taquilla algo alta para su estatura. Tiene un candado de cuatro dígitos. Lo cierto es que, pese a su inteligencia y madurez, le costó entender la necesidad de utilizarlo allí. Ha abandonado el vestuario cuando aún sus compañeras seguían siendo desvestidas por sus respectivas madres.

La niña ha saltado al agua. Han nadado a crol, han buceado y han practicado los virajes. No le han gustado. No todavía. Debe mejorar la salida: se hunde demasiado. Pero ha sido la primera vez y su monitora la felicita. Como a todos sus compañeros. Independientemente del resultado. Ha minado un par de veces al ventanal del primer piso. Hay un grupo de madres de la clase de los más pequeños que siempre se apostilla allí hasta que los de administración les echan y, de paso, limpian la cristalera.

Cuando la clase ha acabado, la hija ha sido la primera en abandonar la piscina. Muchos de sus compañeros se enredan hablando mientras se ponen el albornoz.

Es la primera en entrar en la ducha y la primera en salir. Se enjabona procurando gastar la menor cantidad posible de agua. Es más rápida incluso que muchas de las personas mayores que luego criticarán a las madres de las otras chavalas porque estas tardan demasiado en lavarse.

Evita secarse el pelo. No le gusta esa sensación del aire caliente lanzada con tanta fuerza. Pero casi siempre hay alguna madre que acaba por obligarla a que se quede sus diez minutos bajo el secador mientras hacen un comentario por lo bajo sobre cómo es posible que a su progenitora le importe tan poco la salud y el bienestar de su hija. La niña hace como que no las escucha. Obviamente no se va a poner a explicarlas cual es la situación en su hogar. ¿Para qué? Las deja hacer. Cuando aún la temperatura era baja, podía entender su preocupación. Pero ya no. Ahora le agobia. Sobre todo, esa vigilancia constante. Se despide, de nuevo, educadamente de sus compañeras, que en esta ocasión sí responden bajo la atenta mirada de sus progenitoras que previamente las han reprochado la falta de educación.

La niña ha salida del polideportivo. El sol aún baña ampliamente la ciudad. La niña se ha sentado en un banco y se ha comida una manzana. Ha pasado por el supermercado en el que trabajan sus padres y les ha saludado desde la distancia. No lo ha hecho por placer ni por necesidad, sino por obligación, así sus padres no se quedan procupados toda la tarde. Ahora ya es libre para hacer lo que le de la gana. Para ser ella misma. Se acerca hasta unos grandes jardines de la ciudad y aguarda pacientemente que nadie pase cerca para encaramarse a un árbol.

Próximamente Parte 3: La tormenta

domingo, 16 de junio de 2024

La niña migrante - La familia 1/4

Es una familia humilde: una madre, un padre y una hija. Acaban de trasladarse a Madrid desde algún país que la mayoría de la población española no sabría situar en el mapa, incluso después de haberlo mirado varias veces.

Los progenitores han encontrado trabajo en un supermercado. Entre ellos se llevan bien. No se aman. Ya no. Tampoco discuten. Se llevan bien. Se aguantan. Se aprovechan de las ventajas del matrimonio y ya. Se llevan bien. 

La hija tiene nueve años. Ya nо es una niña pero le sigue gustando jugar con muñecas. A las cocinitas no le gusta jugar porque tiene que cocinar en la vida. Y ojo, que lo cierto es que la gusta. Pero no es un juego. Te puedes quemar.

Se maneja de forma bastante fluida con el castellano. Los profesores piensan que es tímida. No lo es. Para nada. Pero no consigue mantener conversaciones con sus compañeros, más allá de haber sido la novedad los dos primeros días. Ya no lo intenta, ¿para qué? Habiendo llegado con el curso empezado, todos los grupitos de amigos están ya formados. Es lista, mucho más de lo que aparenta con sus deberes. No destaca especialmente en nada. Ni de forma positiva, ni de forma negativa. Sonríe con cierta nostalgia pese a su edad y lo observa todo con extrema atención.

Es una tarde de primavera. Llevan tres meses en la capital y es la duodécima vez que los progenitores tienen el mismo turno de trabajo. En el supermercado les habían asegurado que respetarían no hacerles coincidir para no dejar a su hija sola, o que al menos estuviera poco tiempo sola en casa, pero lo cierto es que no está siendo así. Lo único que les “tranquiliza”, muy entrecomillas, es que al menos consiguieron apuntarla gratis tres tardes a la semana a clases de natación. Fue por un contacto del colegio; el acto altruista del mes de una ricachona. A la niña nunca le ha interesado la natación pero tampoco se ha quejado. No es que la divierta especialmente, pero tampoco le supone una tortura. Va. Nada. Y se vuelve a casa.

Próximamente Parte 2: La piscina

miércoles, 12 de junio de 2024

El día que fuimos a la playa y desaparecí

Echo la vista atrás y no recuerdo lo que pasó. Tengo imágenes más o menos difusas de las horas previas y de las posteriores. Me veo en la playa, feliz, y de pronto estoy sola en el hospital y no conozco a nadie. Me veo saliendo a la calle y caminar augustiada, o jugando en la arena y que una ola nos salpique. Nos veo en el coche hablando tranquilamente, y luego en casa incapaces de dirigirnos la palabra aunque no sé la razón. Y yo pregunto y no me contestas. Y te llamo desde el hospital y no apareces.

Echo la vista atrás y sé que ha pasado algo. Porque intento respirar y me ahogo. Porque pienso en aquel día y las rodillas no me sostienen. Porque me miro al espejo, busco en mis ojos y no me encuentro. Y sigo buscando en el móvil, y en el ordenador y en internet. Pero no me encuentro. Y te pregunto y no me contestas. Y te llamo a gritos desde el otro lado y tan solo levantas la cabeza y me miras con pena. Pero sigues a mi lado.

Porque es que yo me recuerdo comiéndome un helado en el paseo marítimo, pero luego no sé dónde estoy. Y cierro los ojos y vuelvo a sentir la brisa en mi cara y el pelo reuvelto, y estiro el brazo y me llevo la mano a la frente, la hago descender por los párpados, rozar la nariz, masajear los mofletes y llegar a mis labios, abrir la boca y no sentir cómo mana el aliento, y darme cuenta de que tampoco mis dedos han acariciado mi piel.

Porque soy consciente de que aquel día había amanecido soleado pero el viento trajo nubes negras e incluso alguna gota había moteado las aceras. Y entonces levanto la vista y busco las estrellas porque es una noche despejada, pero en lugar de eso, me invade la oscuridad y ya ni puedo ver mis propios pasos. Y lo vuelvo a intentar. Una y otra vez cada noche, durante varias horas, hasta enfurecer y que el agotamiento me haga caer rendida. Y despertarme unas horas más tarde y ser consciente de que hace ya también varias semanas que no veo la luna.

Y vuelvo a darle vueltas y a devanarme los sesos tratando de entender. Y te pregunto y no contestas. Y me busco y no me encuentro.

sábado, 8 de junio de 2024

Treinta_y_ocho_grados_y_medio-página_4_de_4.docx

Regresa a la página 3

Se detiene unos segundos al comienzo de la cuarta página. Se da cuenta de que lo que está haciendo es una mera descripción de su día, y se cuestiona si es que acaso eso es escribir. Casi como acto reflejo, extrae de la segunda balda derecha de su escritorio el diccionario de la Lengua Española. Lo apoya sobre la mesa blanca contigua. Recurre con bastante frecuencia a sus páginas. Es una versión en físico recomendada para alumnos de Secundaria y Bachillerato. Un volumen rojo y pesado con la cubierta algo desgastada y una pegatina con nombre y apellidos de su propietaria.

Se detiene ahora también sobre esa palabra “propietaria”. Ella no lo compró. Pero lo utiliza. ¿Es su propietaria? Es consciente de que puede enredarse entre definiciones y olvidarse de su objetivo. Así que abandona el teclado por unos segundos y abre el diccionario por donde cree que puedan estar las palabras comenzando por E.

Está en la C, en cambio. La C de chinche, ¡qué casualidad! Se ríe. Es que le trae recuerdos. Recuerdos lejanos pero muy presentes. Buenos recuerdos pese a todo. ¡Eh, se ha reído! Piensa en la frustración y en la fiebre. La segunda aún la siente. La primera parece haberse alejado. Pasa las páginas y termina por encontrar la definición de Escribir. Consta de tres acepciones. Las lee un par de veces.

La primera le parece completamente fría. Entiende que así tienen que ser las definiciones pero no le gusta. Se plantea copiarla textualmente en el documento del ordenador, pero es que la siente tan aburrida que no cree que encaje en el texto. Lee la segunda acepción. Habla de componer o crear un texto. Sí, eso le gusta más. Es sin duda lo que ella debe llevar como una hora haciendo. Se alegra. Bastante. Ya por curiosidad lee la tercera y última acepción de la palabra “Escribir”. Es breve. Concisa. Apenas tres palabras. Cierta sin duda. Y relativamente cercana también a lo que está plasmando en el ordenador. Cierra el diccionario y le coloca de nuevo en su estante. Le gusta profundamente recurrir a sus páginas.

Mil ochocientas veintinueve palabras y párrafos excesivamente largos. No lo relee pero conoce su estilo y sospecha que se habrá pasado con la cantidad de adjetivos. Se cuestiona cuánto de lo que ha escrito es real o decoración. No llega a ninguna conclusión pero vuelve a sonreír. Eso es bueno. Muy bueno.

Comprueba en el reproductor de música que lleva una hora y cuarenta y siete minutos escribiendo. Guarda el archivo en la carpeta Blog de sus documentos. Tenía planificado que al día siguiente haría una publicación y ahora ya tiene claro cuál será. Debería releerlo. O quizá no. Lanzarlo al natural. Y puede que fragmentarlo. O no. A ver, es que no se trata de cebar la web de contenido que, en cualquier caso, apenas va a ser leído. Pero es, como recoge el diccionario, componer un texto, un algo mayor, un documento como propio formato de blog.

Apaga el ordenador. Tiene la sospecha de haber llegado al punto y final del texto. Las mismas sospechas de que aún se levantará en un par de ocasiones y cogerá cualquier trocito de papel para anotar alguna frase que deba ser incluida.

Se toma de nuevo la temperatura. Ha bajado considerablemente. Y lo que es mejor, se siente también sanando en las otras capas más profundas del cuerpo.

martes, 4 de junio de 2024

Treinta_y_ocho_grados_y_medio-página_3_de_4.docx

Regresa a la página 2

Se despierta para las veinte horas y treinta minutos. Segundo arriba, segundo abajo. Se levanta y va hasta la nevera. Saca un táper con un trozo de tortilla. No es casera, sino de esas que ya vienen preparadas. La calienta en una sartén (porque no tiene microondas) y vuelve a ignorar los platos del fregadero. Cena. No tiene muy claro si con hambre. Por gula o por necesidad. Cena.

Se vuelve a la cama. No cree que pueda dormirse. No suele poder hacerlo con el estómago lleno. Le da miedo incluso porque suele implicar que tenga pesadillas. Pero en esta ocasión, decide intentarlo. Se tira en la cama. Frustrada. Pensando en que ansía escribir y su cuerpo no le deja. Cierra los ojos y da vueltas. Piensa en el proyecto final de dirección y en las ganas de seguir trabajando en ella. Las ganas y la necesidad de avanzar. De darle información a los actores y no sientan que están perdiendo el tiempo. Se le ocurren varias ideas. Se emociona y quiere ponerse a trabajar. Pero su cuerpo flaquea y está débil (uy, mírala de nuevo, que se pone exquisita con las palabras). Se frustra y sigue dando vueltas.

Y se queda pensativa. Porque “joder, qué ganas de escribir y qué forma más estúpida de poner barreras”. Se pone en pie. Va hasta el salón y enciende el ordenador. Abre un nuevo de documento. No quiere pensar, solo que fluya. Oh, y nada de internet para prevenir despistes. Comienza a escribir. Sintiendo el cansancio, la fiebre y el dolor de cabeza. Pero teclea casi sin pausa. Y casi sin mirar el reloj.

El título lo tiene claro. Le gustaría jugar con ello más allá de que es la temperatura a la que se encuentra su cuerpo. Quizá investigar sobre qué hay geográficamente en el globo terráqueo en el punto treinta y ocho grados y medio norte, treinta y ocho grados y medio oeste. Por ejemplo. Hacer alguna metáfora. Jugar un poco con ello... Pero luego se le olvidará porque el objetivo principal no estaba en las metáforas sino en la más pura realidad. O algo quizá solo cercano a ella.

Por un momento es consciente de que aún no ha estudiado hoy danés y que van ya seis días en el mes que falla a su cita diaria. Probablemente la mayor cantidad de días sin estudiar en un mes desde que comenzara con el reto hace más de dos años y medio. Le llevaría solo diez minutitos de práctica… pero las prioridades son las prioridades. Y el seguir aprendiendo lo es, pero no en ese momento.

Pone algo de música. De piano. Muy suave. Viene y va por el documento. Unas ideas por aquí, unas frases por allá. La frustración parece esfumarse. O evaporarse. Ja. Ja. Ja. Otra vez. Van tres páginas y más de mil palabras. Así de fácil.