Regresa a La familia
La hija ha entrado en el polideportivo algo más tarde de lo habitual. Es que una profesora le ha pedido quedarse al acabar la clase y le ha estado haciendo preguntas. Ella ha contestado a todo sin ningún reparo pero eligiendo meticulosamente sus palabras. Entiende, sin entender, que se preocupan por ella. Que se esfuerzan.
Ha ido directa al vestuario de adultos, en el infantil hay demasiados crios. Ha reconocido a un par de compañeras y las ha saludado educadamente. Ellas la han ignorado. Sus madres, en cambio, sí que la han prestado atención. Demasiada. Ella se ha cambiado rápidamente y lo ha guardado todo en una taquilla algo alta para su estatura. Tiene un candado de cuatro dígitos. Lo cierto es que, pese a su inteligencia y madurez, le costó entender la necesidad de utilizarlo allí. Ha abandonado el vestuario cuando aún sus compañeras seguían siendo desvestidas por sus respectivas madres.

La niña ha saltado al agua. Han nadado a crol, han buceado y han practicado los virajes. No le han gustado. No todavía. Debe mejorar la salida: se hunde demasiado. Pero ha sido la primera vez y su monitora la felicita. Como a todos sus compañeros. Independientemente del resultado. Ha minado un par de veces al ventanal del primer piso. Hay un grupo de madres de la clase de los más pequeños que siempre se apostilla allí hasta que los de administración les echan y, de paso, limpian la cristalera.
Cuando la clase ha acabado, la hija ha sido la primera en abandonar la piscina. Muchos de sus compañeros se enredan hablando mientras se ponen el albornoz.
Es la primera en entrar en la ducha y la primera en salir. Se enjabona procurando gastar la menor cantidad posible de agua. Es más rápida incluso que muchas de las personas mayores que luego criticarán a las madres de las otras chavalas porque estas tardan demasiado en lavarse.
Evita secarse el pelo. No le gusta esa sensación del aire caliente lanzada con tanta fuerza. Pero casi siempre hay alguna madre que acaba por obligarla a que se quede sus diez minutos bajo el secador mientras hacen un comentario por lo bajo sobre cómo es posible que a su progenitora le importe tan poco la salud y el bienestar de su hija. La niña hace como que no las escucha. Obviamente no se va a poner a explicarlas cual es la situación en su hogar. ¿Para qué? Las deja hacer. Cuando aún la temperatura era baja, podía entender su preocupación. Pero ya no. Ahora le agobia. Sobre todo, esa vigilancia constante. Se despide, de nuevo, educadamente de sus compañeras, que en esta ocasión sí responden bajo la atenta mirada de sus progenitoras que previamente las han reprochado la falta de educación.
La niña ha salida del polideportivo. El sol aún baña ampliamente la ciudad. La niña se ha sentado en un banco y se ha comida una manzana. Ha pasado por el supermercado en el que trabajan sus padres y les ha saludado desde la distancia. No lo ha hecho por placer ni por necesidad, sino por obligación, así sus padres no se quedan procupados toda la tarde. Ahora ya es libre para hacer lo que le de la gana. Para ser ella misma. Se acerca hasta unos grandes jardines de la ciudad y aguarda pacientemente que nadie pase cerca para encaramarse a un árbol.
Próximamente Parte 3: La tormenta