Se despierta para las veinte horas y treinta minutos. Segundo arriba, segundo abajo. Se levanta y va hasta la nevera. Saca un táper con un trozo de tortilla. No es casera, sino de esas que ya vienen preparadas. La calienta en una sartén (porque no tiene microondas) y vuelve a ignorar los platos del fregadero. Cena. No tiene muy claro si con hambre. Por gula o por necesidad. Cena.
Y se queda pensativa. Porque “joder, qué ganas de escribir y qué forma más estúpida de poner barreras”. Se pone en pie. Va hasta el salón y enciende el ordenador. Abre un nuevo de documento. No quiere pensar, solo que fluya. Oh, y nada de internet para prevenir despistes. Comienza a escribir. Sintiendo el cansancio, la fiebre y el dolor de cabeza. Pero teclea casi sin pausa. Y casi sin mirar el reloj.
El título lo tiene claro. Le gustaría jugar con ello más allá de que es la temperatura a la que se encuentra su cuerpo. Quizá investigar sobre qué hay geográficamente en el globo terráqueo en el punto treinta y ocho grados y medio norte, treinta y ocho grados y medio oeste. Por ejemplo. Hacer alguna metáfora. Jugar un poco con ello... Pero luego se le olvidará porque el objetivo principal no estaba en las metáforas sino en la más pura realidad. O algo quizá solo cercano a ella.
Por un momento es consciente de que aún no ha estudiado hoy danés y que van ya seis días en el mes que falla a su cita diaria. Probablemente la mayor cantidad de días sin estudiar en un mes desde que comenzara con el reto hace más de dos años y medio. Le llevaría solo diez minutitos de práctica… pero las prioridades son las prioridades. Y el seguir aprendiendo lo es, pero no en ese momento.
Pone algo de música. De piano. Muy suave. Viene y va por el documento. Unas ideas por aquí, unas frases por allá. La frustración parece esfumarse. O evaporarse. Ja. Ja. Ja. Otra vez. Van tres páginas y más de mil palabras. Así de fácil.
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