Regresa a la parte 3 - por la tarde.
Un hombre bueno friega una cacerola, dos tenedores, dos tazas, dos vasos y cuatro platos. Tararea una canción popular. Seca los cacharros con un trapo y los coloca en sus correspondientes estanterías y cajones.
Un hombre amable se lava los dientes. Contempla su reflejo en el espejo. Le gustan las nuevas canas que van apareciendo en su cabello. Recuerda por un momento aquella época en que se tiñó el pelo de morado. ¿Y si volviera a hacerlo? Debería pensarlo seriamente. Sí, ¿por qué no?
Un hombre sonriente deja escapar una carcajada mientras camina a la habitación. Deshace la cama y lleva las sábanas a la lavadora. Introduce también en el electrodoméstico toda la ropa clara que saca del cesto. Deja pendiente añadir el detergente y el suavizante para cuando se levante.
Un hombre bueno pone sábanas limpias a la cama y vuelve a ponerse el pijama. Deja en el baño dos conjuntos preparados para el día siguiente: un chandal marrón para su paseo matutino y la limpieza general de la casa, y un pantalón negro con una camisa de rayas azules y rojas para ir a la compra.
Un hombre sonriente se acuesta. Mirando hacia la ventana, apoyado sobre el hombro derecho. Siente las sábanas frías. Se remueve en el sitio y contempla el techo. Nunca ha tenido problemas para dormir. No es que ahora los tenga, pero en las últimas semanas le lleva un rato conciliar el sueño.
El hombre bueno, amable y sonriente se gira apoyándose sobre su hombro izquierdo. Buscando su reflejo en la calidez de una mirada que ya no está. Ni volverá a estar. Suspira. No llora. La echa de menos. La echa mucho de menos. Pero ella ya no está. Y él sigue estando.