martes, 22 de octubre de 2024

Un hombre - de noche (4/4)

Regresa a la parte 3 - por la tarde.

Un hombre bueno friega una cacerola, dos tenedores, dos tazas, dos vasos y cuatro platos. Tararea una canción popular. Seca los cacharros con un trapo y los coloca en sus correspondientes estanterías y cajones.

Un hombre amable se lava los dientes. Contempla su reflejo en el espejo. Le gustan las nuevas canas que van apareciendo en su cabello. Recuerda por un momento aquella época en que se tiñó el pelo de morado. ¿Y si volviera a hacerlo? Debería pensarlo seriamente. Sí, ¿por qué no?

Un hombre sonriente deja escapar una carcajada mientras camina a la habitación. Deshace la cama y lleva las sábanas a la lavadora. Introduce también en el electrodoméstico toda la ropa clara que saca del cesto. Deja pendiente añadir el detergente y el suavizante para cuando se levante.

Un hombre bueno pone sábanas limpias a la cama y vuelve a ponerse el pijama. Deja en el baño dos conjuntos preparados para el día siguiente: un chandal marrón para su paseo matutino y la limpieza general de la casa, y un pantalón negro con una camisa de rayas azules y rojas para ir a la compra.

Un hombre amable se pasea por toda la casa bajando las persianas. Se queda en el salón. Enciende una varilla de incienso. De joven no le gustaba nada su olor. Se dirige a una estantería con numerosos álbumes de fotografías. Pasa el dedo por las pegatinas del lomo de los libros y selecciona uno con la fecha: Agosto de 1987. Se sienta en un sillón. Disfruta de cada imagen hasta que el incienso se consume. Lo devuelve a su sitio y apaga la luz del salón.

Un hombre sonriente se acuesta. Mirando hacia la ventana, apoyado sobre el hombro derecho. Siente las sábanas frías. Se remueve en el sitio y contempla el techo. Nunca ha tenido problemas para dormir. No es que ahora los tenga, pero en las últimas semanas le lleva un rato conciliar el sueño.

El hombre bueno, amable y sonriente se gira apoyándose sobre su hombro izquierdo. Buscando su reflejo en la calidez de una mirada que ya no está. Ni volverá a estar. Suspira. No llora. La echa de menos. La echa mucho de menos. Pero ella ya no está. Y él sigue estando.

viernes, 18 de octubre de 2024

Un hombre - por la tarde (3/4)

Regresa a la parte 2 - a medio día.

Un hombre sonriente apaga la radio y enciende la televisión. Se sienta en el sofá justo al inicio de una telenovela nacional. La ve casi sin pestañear. Ni mostrar emoción alguna. No se aburre. Tampoco le entretiene. Cuando finaliza, cambia de canal y se traga la mitad de otra telenovela patria. Durante los anuncios no se mueve del sofá. Apura a leer todos los créditos, apaga la televisión y se levanta del sofá.

Un hombre bueno se sirve una taza de café y vacía el contenido de la cafetera en un tarro que guarda en la nevera. Tiene otros dos. Pequeñitos. A medias. Con eso preparará un flan de café. Puede que lo haga mañana. Hoy no le apetece. La nevera está casi vacía. Mañana también debería ir a la compra. No calienta la taza. Solo le pone un poco de leche. Se la lleva al porche y la deposita en la repisa de la ventana del garaje. Regresa al pasillo y selecciona un libro que está sin empezar. Vuelve a salir al porche y se sienta en un banco de madera. Bebe café y lee un libro de ficción histórica.

Un hombre amable ya apenas puede leer porque el sol se está ocultando. La lectura le ha resultado entretenida y la temperatura era ideal. Contempla su jardín y a un caracolillo atravesar el porche. ¿Quién sabe si va corriendo al trabajo o regresa del gimnasio?, piensa. Alza la vista: este año no han plantado nada. Él nunca ha sido muy admirador de los cultivos. Pero le entretenía. No tiene tan claro que en esta ocasión lo pueda disfrutar tanto.

Un hombre sonriente interrumpe la línea de pensamiento al escuchar el teléfono sonar. Recoge el libro y la taza y entra a la casa. Atiende la llamada. Habla con su hijo. Le visitará pronto pero todavía no sabe cuándo. A Pablito se le mueve un diente y Nuria ha aprendido a decir “papa”. “Te quiero, hijo”. Silencio. “Y yo a ti también, papá”.

Un hombre bueno revisa los mensajes que han entrado en el teléfono a lo largo del día. Los lee todos. Responde un par. Ignora la mayoría. Les contestará pero no ahora. Devuelve el libro a la estantería y mete la taza en el fregadero.

Un hombre amable abre de nuevo la nevera y saca una tartera con fiambre. Parte un par de rodajas de pan y se prepara un bocadillo. Lo deja sobre un plato y se sirve un poco de vino en un vaso. Coloca ambos recipientes sobre una bandeja de hojalata y se la lleva al salón. Extiende el mantel y enciende la cadena de música. Pone un disco de una banda independiente que descubrieron hace un par de veranos cuando estaban de vacaciones por Mallorca. 

Un hombre sonriente cena de forma pausada sin moverse del sitio hasta que acaba el disco. Realmente disfruta cada canción. Apaga la cadena de música, dobla el mantel y se lleva la bandeja de hojalata ahora con los recipientes vacíos. Deposita sobre el fregadero el vaso y el plato. Ahora hay una cacerola, dos tenedores, dos tazas, dos vasos y cuatro platos. Eso le gusta. Le enternece incluso. Ahora ya sí que puede fregar.

Continúa con la parte 4

lunes, 14 de octubre de 2024

Un hombre - a medio día (2/4)

Regresa a la parte 1 - por la mañana

Un hombre sonriente se pasea por el pueblo sin desprenderse de su actitud pese a las palabras pesarosas de todos aquellos con los que se cruza. No se detiene con ninguno de ellos. Sonríe. Como siempre lo ha hecho. Entra en una panadería. Pide una hogaza. La tendera le regala una palmera de chocolate y le da una palmadita en la espalda.

Un hombre bueno sigue andando. Un par de vecinos le obligan a pararse. Él menciona lo agradable que le resulta la subida de temperaturas, y cómo le alegra que hayan pasado ya los días fríos. Inmediatamente, a sus interlocutores se les genera un nudo en la garganta. Entonces es él quien da una palmadita en la espalda y los otros quienes continúan cabizbajos con su caminata. Unos metros más allá cuchichearan y se giraran para confirmar  que realmente era él con quién se han cruzado. Él no le da importancia, sigue caminando y se acerca hasta el río. Avanza varios kilómetros pegado a la orilla. Escucha el canto de los pájaros y sigue con la mirada a un par de truchas bajo el agua. Atraviesa cinco pueblos y cruza al otro margen por un puente de piedra. Regresa con el sol calentando intensamente su espalda.

Un hombre amable se detiene en la plaza del pueblo y le entrega la palmera de chocolate a una chica extranjera que se lo agradece emocionada. La muchacha tiene tres trabajos y va corriendo hacia el autobús. Lo cierto es que no es la primera vez que él tiene gestos similares con la joven. Ella se lo agradece aún más dadas las circunstancias y se ofrece a echarle una mano con la limpieza del jardín cuando lo necesite. Tampoco es la primera vez que ella, pese a todo, intenta tener un gesto amable con él.

Un hombre sonriente regresa a su casa. Enciende la radio y se descalza. Se escuchan las noticias a un volúmen moderado. Cuelga la chaqueta en el perchero y entra en la cocina. Abre la nevera y saca un bote de judías verdes ya preparadas. Lo vuelca en una cacerola y lo pone a calentar en la vitrocerámica. Mientras, pone el mantel en la mesa del salón.

Un hombre bueno coge una lata de sardinillas en aceite y la abre. Deja escurrir el aceite y vuelca el contenido restante en un plato. Come pan y sardinillas de pie revolviendo las judías verdes. Acaba con el primer plato y lo deja en el fregadero. Apaga el fuego y vierte el contenido de la cacerola en un nuevo plato. Se sirve un vaso de agua y lo coloca en la bandeja de hojalata junto a las humeantes alubias.

Un hombre amable come con la radio de fondo sin prestarle atención. Piensa. Con la última pinchada, recoge todo sobre la bandeja de hojalata y vuelve a la cocina. Deja un tenedor, un plato y un vaso en el fregadero.

Continúa con la parte 3 - por la tarde

jueves, 10 de octubre de 2024

Un hombre - por la mañana (1/4)

Un hombre bueno se despierta en su cama, medio encogido y apoyado sobre el hombro derecho. Son las siete y media de la mañana. No escucha el despertador porque no ha sonado. Pero está despierto. Abre los ojos y permanece inmóvil. La persiana está bajada pero se cuela algo de luz de las farolas entre las rendijas. No remolonea. Piensa. Estira las piernas. Sus pies sienten el frío de las sábanas que llevan horas sin recibir el calor de ningún cuerpo.

Un hombre amable se levanta de la cama. Pasa al baño y se afeita. Apenas le había crecido la barba pero no le gusta que rasque. Ha dejado el vestuario preparado allí la noche anterior. Sustituye su pijama por un vaquero y una camiseta verde oscuro. Le queda algo grande. Se peina. Tiene el pelo corto y algunas canas.

Un hombre sonriente llega hasta la cocina, prepara café en una cafetera italiana y mientras espera a que se haga, sube las persianas y abre las ventanas de toda la casa. Pone el mantel en la mesa del salón y enciende la radio. Siempre está sintonizado un dial de noticias. Hace años que nadie cambia de emisora. Regresa a la cocina, se sirve una taza de café, saca una magdalena casera de una bolsa de tela sobre la encimera y la sirve en un plato pequeño. Coloca ambos recipientes sobre una bandeja de hojalata. 

Un hombre bueno camina ágil con la bandeja del desayuno hasta el salón. Le molesta un poco la rodilla y la espalda. Pero no se queja. Nunca lo hace. No va al médico. Son dolores propios de la edad, argumenta. Se sienta junto a la mesa y sorbe un poco de café. No le presta atención a las noticias de la radio. No le interesan. Toma la magdalena. Está dura y seca. La muerde. La saborea como si fuera la última que fuera a comer. Se demora en cada bocado. Bebe de la taza casi con desgana. Se acaba la magdalena y suspira.

Un hombre amable recoge la taza y el plato sobre la bandeja. Dobla el mantel. Lleva la bandeja a la cocina. Deposita en el fregadero una taza y un plato. Toma unos calcetines de la habitación y se calza unas deportivas en la entradita. Se pone una chaqueta de lana. Apenas abriga. Se asegura de llevar el monedero en uno de los bolsillos. Observa la radio. No es fácil distinguir qué puede estar pensando. Suspira. Apaga la radio y sale de casa.

Continúa con la Parte 2 - A medio día

domingo, 6 de octubre de 2024

Érase una vez una chica llamada Marieta que... - 2/2

Regresa a la parte 1

Coincidieron en una optativa del segundo cuatrimestre. Se sentaron una al lado de la otra durante la primera clase y tuvieron que compartir ficha de lectura. Luego ella le propuso que comieran juntas. Marieta aceptó afirmando con la cabeza dudando de las intenciones de la chica. Se sentaron en el césped con sus respectivas bocadillos. Emma hacía algún comentario, pero ante el silencio de la otra, pasó a sonreír y darle su tiempo.

Intercambiaron teléfonos aún sin que Marieta se atreviera a presentarse formalmente. Sabían sus nombres porque el profesor había pasado lista.

En las semanas siguientes, Emma le propuso comer juntas siempre que coincidieran en el campus y Marieta aceptó. No podía negar que le estaba empezando a generar confianza. Pero tenía miedo. En cuanto a Emma, tampoco tenía amistades allí pese a su vibrante personalidad.

Fue el último día de clase cuando por fin Marieta se atrevió a recuperar su fórmula de presentación casi como una despedida que, en cambio, las volvió inseparables.

miércoles, 2 de octubre de 2024

Érase una vez una chica llamada Marieta que... - 1/2

Estaba convencida de que cada vez que conocía a alguien debía presentarse con la fórmula “Érase una vez una chica llamada Marieta que un día conocía a (cualquiera que fuera el nombre del nuevo individuo)”. Así la relación llegaría a buen puerto y el cuento acabaría con un “fueron felices y comieron perdices”.

Durante la niñez fue una presentación que tenía su gracia y, además, lograba con su objetivo. Durante la adolescencia, no fueron pocos los que se burlaron de aquella forma particular de buscar amistades. Marieta no le daba importancia, es más, lo entendía como una forma de selección natural de la gente con la que no debía relacionarse.

Fue al llegar a la universidad cuando se planteó la necesidad, o estupidez, de mantener aquella fórmula. Era parte de su esencia pero hasta sus padres insistían en la urgencia de que madurara. Así que determinó simplemente no presentarse a nadie. A los ojos de los demás, era una chica tímida y ya está. Mejor eso a que la consideraran una infantil.

Hasta que conoció a Emma.

Continúa en la parte 2