No podía negar que con cada artículo, con cada entrevista, con cada nuevo libro, se sentía un poco más lejos de su padre, y a la vez más cerca que nunca. Daniel se cuestionaba si en algún momento su padre le habría hablado de aquel tema y él, de forma consciente o solo distraído, había podido no prestarle y que eso definiera tal distancia entre ellos como para que el progenitor no se atreviera a contarle la locura que fuera aquella que le había llevado a abandonarle sin decir nada.
O a lo mejor precisamente lo que su subconsciente quería decirle era lo que pensaban todos en el barrio: que la depresión había acabado con él y su cuerpo aparecería un día tras unos arbustos.
Pasó el resto de la noche en vela, y para cuando amaneció se encontraba ya revisando cada ejemplar de las estanterías de sus padre; página por página en busca del mapa que le había entregado en el sueño. Los revisaba con extrema atención, leía su contenido y palpaba cada folio en busca de alguna señal… y de pronto ahí aparecieron, algunas marcas, a veces a lápiz, a veces de bolígrafo, en ocasiones al principio y en otras más hacia el final, pero fragmento a fragmento, fue dibujando un conjunto de líneas que le marcaban un destino.
Mientras iba deshaciéndose de aquellos ejemplares, valoraba si debía aceptar aquel mapa como el camino hacia su padre. Desde luego que no había sido un sueño al suelo, pero atreverse a ir más allá, hacia lo desconocido eran palabras mayores. A fin de cuentas, su propio padre le había dicho que no tenía por qué ir a buscarle.
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