Julia se echó a llorar y le abrazó con fuerza; le pidió ver el mapa con absoluta admiración repitiendo su profunda admiración por el padre de Daniel aún cuando no le conocía.
Le contó que ella tenía un hermano mayor que siendo ella aún pequeña, desapareció. En su casa apenas se habla de ello, pero en ocasiones ha conseguido sacarles algo de información a sus padres: por lo visto fue seducido por aquello tan desconocido que era el “océano”. Durante todos esos años había conocido a otras personas a cuyos familiares o amigos les había pasado lo mismo. A nivel público no se sabía nada de todas aquellas desapariciones, y cada vez que trataban de buscar respuestas en voz alta, de organizarse, se producían graves incidentes “casuales” que acababan con la vida de alguno de ellos: estaba claro que fuese lo que fuese el océano, había a quien no le interesaba que lo supieran.
Julia detuvo su relato. Le abrazó fuertemente y continuó hablando, pero esta vez con la cabeza baja. Le aseguró estar completamente enamorada de él aunque al principio se le acercó por interés: su investigación le había llevado a su padre, aunque para entonces este acababa de desaparecer, lo que confirmaba su teoría.
Daniel la abrazó: no podía culparla porque él mismo le había estado ocultando todo aquello, entendía que hubiera esperado a sentirse segura. En verdad lo que le apenaba era de nuevo el pensamiento de que no conocía a su padre. Julia le pidió que mejor interpretara el hecho de que se hubieran conocido como una nueva oportunidad para reconectar con su progenitor. Sin perder un segundo, comenzaron a trabajar sobre el mapa que había dejado el padre oculto entre los libros.
Desaparecieron de la noche a la mañana, como un símbolo hacia los poderosos de que no iban a poder callarles por más que lo intentaran. Ellos sí dejaron una nota, sabían que no llegaría a hacerse pública, les bastaba con remover la consciencia de los poderosos.
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