martes, 29 de julio de 2025

La amenaza del bosque

Era un día tórrido de finales de verano. Había tres familias a la orilla del río, cada una a lo suyo pero los niños jugando juntos en el agua. Se habían instalado a mediodía. Reían y discutían por tonterías desde la calma propia del periodo vacacional, y como tal, tampoco les preocupaba el jaleo que estaban montando, simplemente estaban a lo suyo sin preocuparse por nada más.

Era esa clase de excursión que los chavales rememorarían el primer día de regreso al cole con tanta emoción que quizá incluso inventaran alguna aventura extravagante difícil de creer. Por su parte, para los adultos sería la clase de jornada que querrían replicar casi al detalle los siguientes veranos y que, entre unas cosas y otras, nunca llegarían a repetir.

Lo cierto era que se trataba de una estampa bastante idílica si no fuera por la cantidad de basura que iban soltando por los alrededores sin prestarle ni un poco de atención.

Luego había una mujer con una silla de camping un poco. De pelo cano, hacia los cincuenta quizá. Llevaba un vestido amplio de colores chillones y unas sandalias que, aunque no parecían las más apropiadas para el camino pedregoso que llevaba a aquella vereda del río, caminaba habilidosa sabiendo perfectamente dónde posar sus pies.

Llegó a primera hora de la tarde, cuando el calor resultaba casi insoportable incluso con los pies dentro del agua; pero ella apareció sin una muestra de sofoco. Analizó con una mirada profundamente fría a las familias y eligió un rinconcito a la sombra de un castaño solitario. Se dio un chapuzón rápido, más que nada porque los críos no dejaban de salpicarla, y se acomodó en su silla contemplando la vegetación. Una vez se secó, extendió la toalla en el césped y comenzó a hacer ejercicios de yoga. Tras una intensa sesión, se zambulló de nuevo en el agua sin librarse de las consecuencias de los juegos de los niños. La mujer continuó toda la tarde repitiendo el proceso: silla observando la naturaleza mientras su cuerpo se secaba, yoga y de vuelta al agua.

Las familias no fueron ajenas a su presencia, más que nada porque su rostro no les resultaba familiar y en el pueblo todos se conocían. Donde en muchos otros lugares reclamaban la presencia de los turistas en beneficio de la economía local pese a quejarse de lo difícil que se volvía aparcar, allí se enorgullecían de espantarlos por el simple hecho de que no los querían. ni los necesitaban.

A la mujer, por su parte, tampoco le agradaba su presencia; aún cuando no era que estuvieran a gritos, lo cierto era que con el paso de las horas habían ido escalando el volúmen de sus voces, por no mencionar cómo los niños, que obviamente estaban en edad de jugar y divertirse, habían pasado a salpicarla a propósito sin ni una llamada de atención por parte de sus progenitores.

En cuanto el sol desapareció en el horizonte, las tres familias recogieron sus bártulos, que no así todos sus desperdicios, y se disponían a marcharse. Donde debieran recordar aquel día con cariño, en cambio, pasaría a formar parte de sus pesadillas. El griterío de las familias se detuvo por un breve instante al ver cómo la mujer se transformaba en un lobo y se abalanzaba sobre ellos. Les dejó marcados a todos pero nada de gravedad, calculó a conciencia cuanta presión podían ejercer sus dientes y sus garras en cada cuerpo. Era solo una amenaza.

Después, se volvió a transformar en la mujer de pelo canoso y vestido colorido, recogió toda la basura que los otros habían dejado y se marchó por donde había venido, bajo la atenta mirada de las tres familias que permanecían inmóviles y con el único ruido de fondo del agua salpicando entre las piedras.

viernes, 25 de julio de 2025

Tierra seca

No queda una brizna de hierba ni una gota de agua sobre el río. Está la tierra baldía así como mis sentidos dejan de querer volver a tus brazos. No queda oxígeno. Ni una triste semilla para recuperar el huerto. Ahora el jardín está inerte y los topos no se atreven siquiera a hurgar entre los restos.

Si el corazón sigue latiendo es por la acción de la inercia porque estas manos que ya no acarician tu piel y estos labios que han olvidado tu saliva, se han vuelto marchitos y no saben cómo calmar la quemazón. ¡Ay, pero que camino tan escabroso! Si el cuerpo mantiene su temperatura corporal es porque el fuego tiene mucho bosque del que servirse como combustible. Si quedaron raíces es para recordar porqué se ha acabado la admiración y ya hay siquiera un poco de cariño.

No queda sal para curar el océano ni un poco de aliento para susurrar tu nombre. Está el viento en contra pese al anticiclón. No quedan misterios en las profundidades marinas ni tampoco emergen antiguos tesoros. No hay luz.

lunes, 21 de julio de 2025

Aliento de medianoche

Arrastras los pies. Avanzas pero no sabes hacia donde. Avanzas sin desplazarte. Levitas.Tu cuerpo se mueve por los hilos invisibles que te convierten en marioneta. Si te caes es porque te empujan. Si te levantas es porque tiran de tus músculos. Comes pero no te alimentas, tu piel se está volviendo traslúcida y tus neuronas no quieren emitir impulsos eléctricos; no es que no puedan, es que optan por no hacerlo, por apoyar a tu cuerpo en estado vegetativo.

Entonces viene la lluvia, que cubre tu rostro en pequeños parches de un somnífero que ya conoces. La calma fluye momentáneamente entre tus cejas y los orificios de tu nariz. La sientes. La abrazas y te dejas mecer. Para cuando te despiertas, el hambre y la sed con todavía más salvajes que antes. Si pudieras, si físicamente fuera posible, pellizcarías el gotelé de la pared y lo engullirías sin permitirte disfrutar cómo cruje entre tus dientes. Seguirías hasta alcanzar el cemento, los ladrillos y la estructura de hormigón hasta alcanzar los cimientos. No te detendrías aunque te hubieras saciado.

Por eso sigues avanzando, dejando que tus pies ya ennegrecidos, acumulen un poco más de suciedad sin intención de limpiarlos. Solo levantas la vista para dejar que tus ojos se pierden en el horizonte; permites que tus labios se transformen en una mueca silenciosa en la que tu respiración fluye lenta. La arena se mueve por el desierto y choca contra tus muslos, trepa por tu estómago y alcanza tu pecho, te reconoce y se lanza a tus pantorillas para alejarse rápido y no volver a posarse sobre tu cuerpo.

Hay algunas voces que retumban en tu cabeza, principalmente el eco que te trajo a esta aldea en sonbra. A veces se cruza una melodía machacona de discoteca que enseguida transformas en un ritmo en otra idioma que nadie ya puede interpretar. Solo un latido armónico te saca por unas horas del estado de duermevela. Luego caes de nuevo. Al acantilado. Al precipicio. Al abismo. Al vacío.

jueves, 17 de julio de 2025

Colapso

Tan pronto como abres los ojos, el golpe. La respiración invalidada y los músculos agarrotados  pero incapaces de detenerse. Intentas tomar algo de oxigeno, de verdad que te esfuerzas por hacer que en tus pulmones se produzca el intercambio gaseoso.

Niebla densa y claridad cegadora. Tus ojos tampoco son capaces de adaptarse a la realidad. De pronto el barullo más absoluto interrumpido por un profundo silencio que degarra los tímpanos. Dolor fisico en un cuerpo que apenas se siente; en un cuerpo que puedes palpar pero entiendes ajeno.

Las uñas afiladas y la piel pálida. Te arañas suavemente y sin querer pero parece que te vas a desangrar. Sientes la penumbra carcomiéndote. Te resbalas en ella y quedas cubierta de barrio. Sucia. Tratas de agarrarte a un clavo ardiendo. Al principio parece que funciona; luego te das cuenta de que aquellas imágenes nítidas que deberían conformar tu memoria se  han autodestruido al contacto con la retina.

Sientes el frío envolviéndote y el lento desafío del tiempo sobre tu rostro. Buscas un remanso de calma, lo visualizas, y te sumerges. Son unos segundos en que te balanceas sobre el columpio de tu infancia. Hasta que una ola se traga toda la ternura. Acusas de inmediato un latigazo en la espalda y su expansión lenta hormiguea por tus brazos y sacude tus piernas. Entonces tus pensamientos metamorfosean en rosas con profundas espinas que ni siquiera tú eres capaz de arrancar.

Aún así, tratas de gritar: un chorro de energía atraviesa tus cuerdas vocales pero se queda atascado en la garganta, aprisionado, incapaz siquiera de alcanzar las papilar gustativas. Lo vuelves a intentar y solo consigues esta vez que tus dientes rechinen.

Frenas todo intento de supervivencia cuando un temblor violento retuerce tu columna vertebral. Las rodillas dejan de soportar tu peso y caes. Permeneces en el suelo durante horas. Durante días, quizás. Inmóvil. Con la mirada perdida y el ánimo ausente. Hasta que todo pase o el mundo se derrumbe. 

domingo, 13 de julio de 2025

Independencia - Personal (2/2)

Regresa a la parte 1


A las tres y un minuto, por fin la adolescente consigue acceder al listado de sus puntuaciones. Contiene la respiración mientras se desliza entre los distintos números. Suelta todo el aire de sus pulmones y comenta las cifras en voz alta. Le cabrea profundamente haber obtenido un 6,25 en Historia; estaba convencida de que examen estaba por lo menos para un ocho. En Lengua y Literatura, así como en Inglés, consigue un 9’5 pero no lo celebra. La media le sale a un 11’379. Por mucho que suban las notas de corte, no debería tener problema para acceder a la carrera que quiere en la universidad más cercana a su localidad.

El padre y la madre no la prestan la más mínima atención pese a las llamadas de atención de ésta. A la chica, en el fondo, no le sorprende. Pero le duele. Abre el grupo del chat familiar y manda una captura de pantalla con todos los resultados y añade como comentario que debería darle la nota más que de sobra. Ambos progenitores reaccionan por el grupo: él con varios emoticonos aplaudiendo, ella con un par de gifs festivos. Sus rostros apenas muestran el mínimo cambio de expresión e incluso cierran enseguida el chat y regresan a sus respectivos intereses en la pantalla. No están de acuerdo en que quiera estudiar Bellas Artes en lugar de Arquitectura como ellos.

El teléfono de la hija comienza a sonar. Es su amiga Laura. Hablan por videollamada. Comentan frenéticamente sus respectivos resultados. A ella también le dará la nota de corte para acceder a la carrera con la que lleva años soñando, pero igualmente no está contenta con la puntuación de su examen de Historia.

Cuando cuelga, permanece inmóvil unos segundos. Es consciente de la varidad de idiomas que se escuchan entre los clientes del chiringuito. Y entonces se le ocurre algo, una idea con la que ya había fantaseado en alguna ocasión pero que no se había planteado en serio. El corazón le palpita, ahora ya no de nerviosismo, si no de emoción. Teclea en internet: acceso a la universidad en el extranjero. Hace una búsqueda amplia, por no limitarse opciones, ya tendrá tiempo de ir afinando su búsqueda.

El sorteo de los partidos de waterpolo concluye y el padre apaga el móvil refunfuñando. Llama la atención de un camarero para que les traiga la cuenta. Observa a su mujer y a su hija literalmente que un total de tres segundos para después quejarse de que no sean capaces de soltar el teléfono ni dos minutos y disfrutar de la familia ahora que están de vacaciones. La madre tardará unos segundos en conseguir completar el pedido del barco de su granja virtual y le dará la razón matizándola, no entiende porqué su hija no suelta el teléfono ni para comer, precide que luego se molestará de que la batería le dure tan poco.

La adolescente les ignora y continúa con su investigación. Será admitida en una universidad del norte de Alemania, con el dinero de su último cumpleaños se comprará un vuelo para dos semanas antes del inicio de las clases y conseguirá trabajo de media jornada en una cafetería local gracias a un programa de la universidad que le permitirá acceder también a una beca y facilidades con el alojamiento en una residencia de estudiantes.

Le contará todo a sus padres tres días antes de la partida, provocando una fuerte discusión. Discusión como tal no, en realidad solo vociferarán los progenitores, ella dará solo las explicaciones que considere oportunas, guardará silencio sobre otros muchos asuntos para evitar una ruptura familiar aún más profundo. Ellos no comprenderán ni apoyarán su decisión y eso reforzará precisamente aún más su determinación.

miércoles, 9 de julio de 2025

Independencia - Tecnológica (1/2)

Los tres con el móvil. El padre, la madre y la hija. Sentados a la mesa en un chiringuito a pie de playa. El típico para turistas de calidad muy cuestionable pero con los pies casi en el agua.

El progenitor está viendo el sorteo de emparejamiento de equipos de waterpolo para el próximo gran campeonato; se queja por todas y cada una de las asociaciones asegurando que todo está amañada para perjudicar a su equipo favorito. Busca la complicidad en otros clientes del bar pero la mayoría son extranjeros y le miran con desprecio por el vocerío, porque empezó susurrando pero ha ido aumentando el tono. Lo intenta también con los camareros pero estos están más preocupados de que el reloj marque el final de su jornada laboral que de cualquier otra cosa.

La madre está enganchada a un par de videojuegos. Por un lado, tiene una granja virtual y está estresada porque no le da tiempo a tener listo el cargamento del barco y obtener el gran botin de gemas. El problema es el pedido con los zumos de guayaba. Se ha tragado cuatro veces el mismo anuncio de un juego de apuestas para poder reducir el tiempo de producción de la fruta, pero ya no le está apareciendo la opción gratuita de aceleración. Así que mientras espera a que los árboles maduren, se pasa a otro simulador en que ejerce de cajera en un supermercado. Éste no le produce tanto agobio, el camión de los pedidos es rápido y los clientes muy frecuentes; solo está molesta con la última actualización porque le han cambiado las imágenes de algunos productos y anda despistada.

La hija, terminando de salir de la adolescencia para meterse en la juventud, trata de acceder insistentemente al portal de notas de las pruebas de acceso a la universidad; pocas veces ha estado tan nerviosa, ni siquiera en la propia semana de los exámenes, pero en los últimos días se ha descubierto mordiéndose las uñas en demasiadas ocasiones. Puntualmente intercambia un par de mensajes con su mejor amiga Laura por si ésta ha podido acceder ya. Lo mismo sucede a la inversa. Lo cierto es que no termina de entender el estado de agitación en el que se encuentra, siempre ha sido buena estudiante y quedó satisfecha con sus respuestas. Supone que es simplemente el resultado de la presión social.

Sobre la mesa, los platos con los restos de un arroz con pollo que tratan de relamer las moscas. Llevan cinco días alojados en un hotel con todo cubierto, pero el padre se ha empeñado en que le apetecía una paella y que la forma auténtica de comerlo era a pie de playa. A decir verdad, lo que les han servido en el chiringuito tampoco es que pudiera denominarse paella como tal, pero el hombre se ha quedado satisfecho.

Falta un minuto para que la vida de la adolescente cambie para siempre.


Continúa con la parte 2

sábado, 5 de julio de 2025

Último viaje

Les vi darse un abrazo. Uno de esos de despedida. Largo. De los que prefieren no darse. El viento mecía suavemente el cabello de ella y en los ojos de él se intuían un par de lágrimas deseando escapar. Eran las siete de la mañana pero la temperatura apenas había descendido en la noche y empezaban a apreciarse marcas de sudor bajo las axilas. Ella llevaba un vestido de seda y él unos desgastados pantalones vaqueros y una camiseta promocional de una maratón local.

Fue un abrazo largo. Cuando se separaron, intercambiaron un par de besos en las mejillas y no se dijeron nada. Ella se subió al coche. Era un monovolumen familiar que, con su esbelta figura al volante, parecía el inicio de algún anuncio televisivo de vida perfecta. Ella bien podría dedicarse al mundo del espectáculo, pero su vida era más bien una continua sucesión de drama. El maletero iba lleno pero no había ningún otro ocupante. Se marchaba con un profundo vacío y una montaña de incertidumbre en el horizonte. Pero se iba con el convencimiento de que iba a ser lo mejor.

Su hermano permanece inmóvil en mitad de la acera. Observa cómo el coche avanza, maniobra con delicadeza y se aleja calle abajo. Se recuerda a sí mismo de pequeño al final del verano persiguiendo en el pueblo al vehículo que se llevaba a sus mejores amigos o a los primos. Solo que ahora solo está él ya.

Se ha quedado solo. No se mueve durante más de media hora y después echa a correr en la misma dirección en la que se fue ella. Corre por las calles que van hacia la autopista, y después continúa por caminos de tierra paralelos a la carretera.

Se detiene exhausto en una gasolinera.

Paga un taxi de regreso a la ciudad. Es la primera vez que se sube a uno. Apenas habla. Solo le dice al conductor que le lleve al centro. El otro, en cambio, no calla. Y el hermano escucha y se acurruca en el sitio. 

Cuando se acuesta esa noche, sin haber querido ducharse pese al sudor pero sintiendo en su piel aquel último abrazo. Su hermana ya no está. No va a volver. Y ya está. Y mañana se levantará y será otro día.

Su hermana ahora les observa desde el cielo y él ha preferido inventarse su propio funeral.

martes, 1 de julio de 2025

El hombre del parque

Camina despacio. Con una mochila desgastada y sucia colgada del hombro derecho. Se aprecia ligera pero no vacía. Lleva chanclas y calcetines hasta las rodillas. Del hombro izquierdo cuelga una bolsa de tela blanca, impoluta, diríase incluso que recién estrenada. Se siente pesada pero no es evidente su contenido. Lleva varias horas dando vueltas por el parque. Nadie le presta especial atención, como tampoco son ajenos a su fría mirada.

Camina y solo se detiene brevemente a la sombra de algún árbol. El sudor se evidencia en su camisa y el cansancio en sus ojeras. Bebe agua de una fuente que hay a la entrada del parque. No fuma pero observa con atención cómo lo hacen otros a su alrededor.

Camina también durante toda la noche y, a la mañana siguiente, aquellos que ya lo vieron la tarde previa enseguida lo encasillan como mendigo. Nadie habla con él, tampoco él se dirige a nadie.

A media mañana, por fin sale un rato del parque: se acerca al supermercado de enfrente y compra una barra de pan y algo de fiambre, una incursión que no llega ni a la media hora. Se prepara un bocadillo en un banco y lo devora. Guarda los restos de comida en la mochila y sigue caminando; con el sudor corriendo por su cara y las ojeras pronunciándose en su rostro.

Las horas pasan, rápidas o lentas pero pasan. Sus pies ralentizan algo el ritmo pero no llegan a detenerse. El hombre camina con su mochila raquítica y la pesada bolsa de tela.

Al tercer día comienza a perder la paciencia. Se muestra torpe, borde y algo desesperado. En el momento en que se rinde, deposita en un cubo de basura a las afueras del parque la bolsa y la mochila. No pasan ni treinta segundos hasta que, de un coche con cristales tintados, y que parecía estar simplemente aparcado desde hacía días, descienden dos hombres trajeados. Uno de ellos recoge con guantes todo el contenido del cubo de la basura y el otro se abalanza sobre el supuesto mendigo. El coche se aleja del parque a gran velocidad.