lunes, 21 de julio de 2025

Aliento de medianoche

Arrastras los pies. Avanzas pero no sabes hacia donde. Avanzas sin desplazarte. Levitas.Tu cuerpo se mueve por los hilos invisibles que te convierten en marioneta. Si te caes es porque te empujan. Si te levantas es porque tiran de tus músculos. Comes pero no te alimentas, tu piel se está volviendo traslúcida y tus neuronas no quieren emitir impulsos eléctricos; no es que no puedan, es que optan por no hacerlo, por apoyar a tu cuerpo en estado vegetativo.

Entonces viene la lluvia, que cubre tu rostro en pequeños parches de un somnífero que ya conoces. La calma fluye momentáneamente entre tus cejas y los orificios de tu nariz. La sientes. La abrazas y te dejas mecer. Para cuando te despiertas, el hambre y la sed con todavía más salvajes que antes. Si pudieras, si físicamente fuera posible, pellizcarías el gotelé de la pared y lo engullirías sin permitirte disfrutar cómo cruje entre tus dientes. Seguirías hasta alcanzar el cemento, los ladrillos y la estructura de hormigón hasta alcanzar los cimientos. No te detendrías aunque te hubieras saciado.

Por eso sigues avanzando, dejando que tus pies ya ennegrecidos, acumulen un poco más de suciedad sin intención de limpiarlos. Solo levantas la vista para dejar que tus ojos se pierden en el horizonte; permites que tus labios se transformen en una mueca silenciosa en la que tu respiración fluye lenta. La arena se mueve por el desierto y choca contra tus muslos, trepa por tu estómago y alcanza tu pecho, te reconoce y se lanza a tus pantorillas para alejarse rápido y no volver a posarse sobre tu cuerpo.

Hay algunas voces que retumban en tu cabeza, principalmente el eco que te trajo a esta aldea en sonbra. A veces se cruza una melodía machacona de discoteca que enseguida transformas en un ritmo en otra idioma que nadie ya puede interpretar. Solo un latido armónico te saca por unas horas del estado de duermevela. Luego caes de nuevo. Al acantilado. Al precipicio. Al abismo. Al vacío.

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