Tan pronto como abres los ojos, el golpe. La respiración invalidada y los músculos agarrotados pero incapaces de detenerse. Intentas tomar algo de oxigeno, de verdad que te esfuerzas por hacer que en tus pulmones se produzca el intercambio gaseoso.
Niebla densa y claridad cegadora. Tus ojos tampoco son capaces de adaptarse a la realidad. De pronto el barullo más absoluto interrumpido por un profundo silencio que degarra los tímpanos. Dolor fisico en un cuerpo que apenas se siente; en un cuerpo que puedes palpar pero entiendes ajeno.
Las uñas afiladas y la piel pálida. Te arañas suavemente y sin querer pero parece que te vas a desangrar. Sientes la penumbra carcomiéndote. Te resbalas en ella y quedas cubierta de barrio. Sucia. Tratas de agarrarte a un clavo ardiendo. Al principio parece que funciona; luego te das cuenta de que aquellas imágenes nítidas que deberían conformar tu memoria se han autodestruido al contacto con la retina.
Aún así, tratas de gritar: un chorro de energía atraviesa tus cuerdas vocales pero se queda atascado en la garganta, aprisionado, incapaz siquiera de alcanzar las papilar gustativas. Lo vuelves a intentar y solo consigues esta vez que tus dientes rechinen.
Frenas todo intento de supervivencia cuando un temblor violento retuerce tu columna vertebral. Las rodillas dejan de soportar tu peso y caes. Permeneces en el suelo durante horas. Durante días, quizás. Inmóvil. Con la mirada perdida y el ánimo ausente. Hasta que todo pase o el mundo se derrumbe.
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