
Era de aquellos días de miradas cómplices, de abrazos que permanecen en la piel más allá de la distancia, de palabras que no se las puede llevar el viento porque quedan incrustadas en el alma y curan en lugar de hacer daño.
Contempló con escepticismo el cielo y el océano. Podía haber caído bajo el embrujo de los recuerdos, haber sido arañada por la nostalgia y perseguida por el monstruo de los rencores.
En cambio, se limitó a estar allí y respirar ese momento. Irrepetible. Fugaz y eterno. No era más que uno de aquellos días en que cuando llegaba la noche seguía siendo de día.
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