viernes, 20 de marzo de 2020

Ladrones de oficio

Ya le habían robado dos veces a Clotilda mientras estaba de vacaciones y no iba a permitir que sucediera una vez más; así que habló con Manolín, el del segundo, y trazaron un plan que se les antojó perfecto: ella saldría de incógnito con la calorina (que sabía que la espiaban y seguro que a esas horas echarían la siesta, que serían ladrones pero seguían siendo humanos); Manolín tendría invitados en su casa cada día porque era por todos conocido que ella era una juerguista, la única del portal, por lo que era preciso que se siguiera viendo movimiento en el portal (y si lo sabía el vecindario entero seguro que había llegado a oídos de los ladrones, que su segunda profesión era la de cotillas); debía tender cada dos días, para lo cual Clotilda le había dejado una maleta de ropa limpia que solo tenía que mojar y que había incluso clasificado por días siguiendo su lógica de vestuario para que no se evidenciara ningún cambio con la rutina del tenderete; y para colgarlo solo tenía que sacar los brazos a la ventana, no tendría porqué vérsele la cabeza, de manera que era esencial que se pintara las uñas, cada una de un color diferente y cambiarlas cada cinco días, como ella hacía para seguir mostrando su elegancia más allá de la edad.

Manolín era un santo, estaba dispuesto a cumplir hasta con el más mínimo detalle, todo por su querida vecina Clotilda. Para no dejar evidencias del magnífico plan, el hombre se lo había estudiado a conciencia y había hecho un par de exámenes para estar seguro del aprendizaje y así poder deshacerse de las pruebas.

Así que dada la perfección del procedimiento, la mujer se fue de vacaciones con absoluta calma e incluso decidió prolongar dos semanas sus días de descanso ante el parte positivo de Manolín que recibía cada noche vía Whatsapp.

Antes de regresar decidió comprarle al hombre un par de botellas del champán más caro como regalo por todo su gran trabajo. Se las entregó en el portal porque salía de camino al hospital, que su tía se había puesto mala. ¡Si es que el hombre era tan atento!

¡Ay, el hombre!... Jamás volvió a irse de vacaciones. De su casa sólo quedaban las paredes. Manolín no iba al hospital, se había mudado y ni siquiera se llamaba Manolín.

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