miércoles, 27 de abril de 2022

Criaturas mágicas

Él creía en los unicornios a pesar de que ya peinaba canas.

Había crecido obligado a chutar el balón en el parque y a vestir con corbata mucho antes de saber atarse los cordones. Los domingos eran día de misa y comida familiar; las vacaciones de verano, compartir habitación con los primos y pelear por quedarse en casa leyendo en lugar de estar en la calle jugando a las canicas. Un chico raro, la oveja negra de la familia de no haber sido porque su tía Pura se dedicaba a recorrer sola el mundo.

Fantaseaba con ver a aquella criatura blanca en el jardín y llevarse el secreto a la tumba.

Independizarse sin un anillo de compromiso en el dedo, ni tan siquiera una amiguita especial a la que invitar a las celebraciones familiares, fue la verguenza de sus padres los primeros tres años. Luego ya dejó de ser bien recibido en las comidas de los domingos. Un tiempo después se retiraron la palabra y la tía Pura pasó a ser algo así como su hada madrina.

Estaba convencido de que la existencia de los unicornios era negada a los adultos de la misma forma que a los niños se les hablaba de los Reyes Magos. Estaba convencido de ello como de ser feliz siendo quien era.

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