lunes, 18 de abril de 2022

Las horas

Se van. Se volatilizan y dejan huella. Honda. Se enredan en cualquier excusa y no regresan. Y mientras todo pasa y nada cambia. Se envuelven en un paño de nostalgia. Porque es lo que les corresponde. Por su edad, por su consistencia, por su estatura. Porque da igual. Es lo que tienen que hacer. Se agitan y permanecen perennes. Se diluyen y ruegan por la sequía. Abrazan los tiempos fugaces y se asalvajan en las tardes largas. Duermen la siesta y codician los instantes dorados. Se lamentan y no se reconocen frente al espejo. No intentan cambiarlo. Apenas buscan aliados pero construyen una densa red en la que sostenerse. Se revuelcan en el barro y nadan en mar abierto. Luchan sin peleas. Informan a la luna de los tejemanejes del sol. Se inventan sus propios monstruos y se adueñan de sus ideas de dominar el mundo. Se presentan como amantes del equinocio y pareja del solsticio. Se van. No vuelven.

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