¿Cuántos sinónimos están permitidos? Porque existen los diccionarios pero quedan pendientes otras formas de creatividad o sumisión. ¿Quién determina que sí y que no es tolerable? Porque mucho se habla de la conciencia social y de la individual. O de las definiciones y sus limites. ¿Cuántas palabras pueden ser dichas? Porque también se dicen con las miradas. O con las no escritas. ¿Cuántas vueltas son necesarias para su consolidación si una pelota siempre seguirá rodando cerca de un niño con ganas de jugar? Porque no es una cuestión de vida o muerte pero igualmente un impulso irresistible.
¿Cuántas preguntas pueden no ser escuchadas aunque obtengan una respuesta? Porque aquí todos hablan de las heridas y mientras están cubriendo los cuerpos inertes. ¿Cuántas veces hay que encontrarse para poder seguir perdiéndose? Porque hay sombras que son alargadas y destellos que borran la piel. O sonetos que pierden su forma.
¿Cuántas palabras pueden escribirse sin que el discurso vuelva a quedarse vacío? Porque, al final, tropezar con la misma piedra también la desgasta, por muy afilada que se presentara inicialmente. O lo brillante que pareciera esa idea. ¿Qué validez tiene la repetición si se repite repetidamente? Porque tiene que entenderse que está enmarcada entre el ritmo y el aburrimiento.
¿Cuántos ornamentos son parte de la decoración o la materia prima de una estructura meticulosamente elaborada? Porque hay formas que parecen no indicar nada y en un instante no previsto (o intuitivamente enclaustrado) se convierten en testigos, armas, motivos para el drama más absoluto o excusas para el regocijo de la más absoluta felicidad. ¿Cuántos sentimientos pueden caber en unas frases si no hay constancia de la parte afectiva de la humanidad? Porque los folios retienen y el alma respira, pero el cuaderno se acaba y los alvéolos se cierran.
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