Subió el escalón del portal y tiró directamente de la puerta. Estaba cerrada. No era habitual. Se acercó al telefonillo. Pulsó la tecla del tercero A con sus largas uñas de manicura perfecta, la mano izquierda coloreada de rosa chicle; y la derecha, en un llamativo verde lima.
-¿Siiiii? - se escuchó una voz femenina rasgada al otro lado.
-Soy yo.
La anciana colgó de inmediato y la joven de deportivas de marca apretó otra vez el telefonillo. Cuando descolgaron no hubo respuesta.
-Soy yo, abre - insistió pacientemente.
-¿Yo? No conozco a ningún yo - y cortó la comunicación.
La joven con un top naranja fosforescente bien ceñidito echó un vistazo a la calle. Quizá algún vecino regresara del trabajo en aquel momento y al menos le abriría el portal. Hubiera aceptado incluso cruzarse con la del primero que todavía la seguía tirando de los mofletes. Pero no fue así y se decidió a pulsar nuevamente el botón del tercero A.
-Abre, abu.-¿Abu? ¿Pero tú quién te has creído? ¿Quién te ha dicho a ti que yo soy una ancianita indefensa? - Probablemente hubiera sido ella la última en entrar. Se aseguraba hasta cinco veces de que había quedado bien cerrado.
-Pero abu, que soy yo - perseveraba mientras se subía el pantalón vaquero. Era corto. Muy corto. Apenas un trozo de tela agujereada por el que se le escapaba medio culo.
-Y vuelta la mula al trigo, que no te conozco. Lárgate de aquí o llamo a la policía.
Respiró hondo y se maldijo por no haber hecho caso a su madre y llevarse las llaves. Pulsó una vez más el telefonillo.
-Soy Mónica - escupió la joven según escuchó que atendían al otro lado.
-¡Ay, hijita, espera un segundo que te abro! Pasa enseguida y asegúrate que se cierra, que hay por ahí un tal Yo que no sabes que rato más malo me ha hecho pasar.
Mónica atravesó la entradita. Se miró en el espejo: la bronca de su abuela iba a ser monumental. El portal quedó abierto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario