miércoles, 1 de junio de 2022

Blast: una fiesta de luz y color

¿Se puede cambiar el mundo a través del teatro? Bajo esta premisa, el pasado mes de septiembre se lanzó una peculiar convocatoria en busca de jóvenes artistas que dieran voz a un término al que acompañan cada vez más adjetivos: crisis.

El Centro Dramático Nacional acoge en el Teatro María Guerrero esta original propuesta de Teatro en vilo coproducida con Barco Pirata y que sigue sobre las tablas hasta el 19 de junio.

Blast habla de parar y tomar conciencia. De escuchar y de escucharse. Del silencio. De proponer y buscar la revolución. Del odio. De estar harto. De equivocarse. De ir a terapia. De querer y de quererse. Blast es básicamente un ensayo sobre la sociedad en que vivimos y se supone queremos cambiar.

Pero también es una obra en la que el público tiene la obligación de participar. En un momento determinado, uno de los intérpretes le pide a los espectadores que se pongan de pie para hacer un experimento. Va recitando situaciones que implican renuncias y el público se va sentando cuando se siente identificado. Muy pocos quedan de pie. La vida cotidiana. Las renuncias. La vida diaria. Bajo esa experiencia colectiva y casi como parte de una misa, se realiza una colecta de dinero para comprar entradas para este mismo espectáculo y que otras personas sin recursos puedan igualmente verla. Algo así tan sencillo, tan inocente como querer cambiar el mundo desde un escenario.

Sobre el escenario hay personas y personajes. A veces más evidente el personaje (lógico en realidad aunque debiera no llamar tanto la atención) a través del texto, recordándonos demasiadas veces el objetivo que tienen, individual y colectivo; y otras, la persona, con unas interpretaciones que, sin duda se aprecian trabajadas, pero que se pierden en varias ocasiones. Lo que aquí podría entenderse como parte de la performance. Si es que en algún momento termina de resultar ello creíble. Pero se queda a medio camino.

Son dos horas de espectáculo que, si bien físicamente pueden ser largas y a nivel dramatúrgico podrían cuestionarse ciertas explicaciones y autoreferencias, visualmente componen una revolución de colores desde el mismo momento en que se eleva el telón: sobre un escenario completamente blanco destaca una bola roja gigante. El vestuario y los escasos (pero más que suficientes) elementos escenográficos siguen una cuidada línea en esta dirección.

En cuanto a la luz, se mantiene prácticamente plana con el uso de un foco puntual para realzar ciertos speechs. Esa correcta sencillez se rompe por completo en la última parte, cuando de nuevo toman fuerza los colores a los que se le suman seis bolas de discoteca que inundan de vida todo el teatro. Y pasa a ser una fiesta. Antes de que te hayas dado cuenta, te han sumergido en otro mundo. El de ahí dentro. Y quizá el de afuera. De esos dos mundos también trata la obra.

Es una propuesta eminentemente musical, sobre todo la primera media hora y el final (la mayor parte en directo). La batería hace retumbar el teatro y el piano acompaña las melodiosas voces del elenco. Y luego hay otra parte de música actual reconocible en una suerte de fiesta que habla de la juventud y del amor. Está muy bien que los jóvenes sean también jóvenes.

Constantemente me viene al recuerdo otra función que tuvo lugar en ese mismo escenario unos meses atrás: Comedia sin título. Sobre todo por las luces y la iconografía (mucho mayor en aquella otra sin duda) pero también por algo que aquí se muestra de formas sutil: son varias las referencias al propio acto de representar, dirigiéndose a los técnicos, con lenguaje de entre bambalinas,... Quizá ya no resulte tan original y en ocasiones incluso sobreactuado, pero sí que es cierto que cumple con los objetivos de la obra que al final es lo importante.

En conclusión: Es una experiencia teatral en todos los sentidos, que en primera instancia entra por los ojos y después provoca una larga charla o autoreflexión sobre todas las hipótesis que lanza.

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