Ahora se ve. Es solo una estructura pero lo suficientemente rígida para apoyar los pies. Y no caerse. Otra cosa es encontrar el equilibrio, eso es diferente. Una cuestión de tiempo.
Lo que pasa es que ya estaba ahí. Está. Le hace falta una mano de pintura y un par de arreglos,... las goteras, esa ventana sin cristal, los tres azulejos partidos,... quizá añadir una nueva habitación. Es aquel hogar en otra casa. Demasiado parecida. Luego distante.
No encaja. Chirría. Hace saltar las alarmas. Es una puerta que necesita que le engrasen las visagras; la primera vez hace gracia porque recuerda a una casa encantada. Después la broma se hace pesada.
El problema es que es arena. Fina. Suave. Casi una caricia que con el viento desgarra.
O agua. Que se evapora y aun encapsulada se escapa. La de todo un océano. Ausente y risueño.
Un escalón. Eso también puede ser. Para llegar al siguiente nivel. Una escalera que aun bajando te hace subir. Unas zapatillas a las que regresar. Solo que ahora aprietan. No se tiran. Tampoco se guardan en una caja al fondo del armario. Simplemente están. Como estarán y estuvieron.
Una estructura desde la que se ve el mismo jardín. Con el mismo arbolito de siempre. Y el tronco igual de enclenque. Las raíces tampoco han sido modificadas genéticamente. No se ven, pero ahora llegan más allá. Las hojas han descubierto nuevos colores, así como que deben desaparecer con el frío y dar sombra con el calor. El mismo jardín que ya no sueña con flores ni las ansía. Porque sabe que vendrán.
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