domingo, 24 de diciembre de 2023

La criatura del embalse - 2/3 (por camino mágico)

Regresa a la parte 1

La vi y la escuché. Tenía una voz tremendamente dulce. Cariñosa. Suave. Muy tranquila. No llegaba a entender lo que me decía pero sentía claramente que se dirigía a mí. Presté atención a su cuerpo; en lugar de piernas había una larga cola escamada. Recordé aquella clase de literatura en que nos hablaron de cómo se decía que las sirenas atraían a los marineros con sus cantos y luego los ahogaban en el mar.

Abrí todavía más los ojos y me obligué a sacar la cabeza y respirar. Ella también emergió. A mi lado. Con la sonrisa más bonita que nunca antes hubiera visto.

Permanecimos flotando en el agua mirándonos a los ojos. Sería incapaz de decir cuánto tiempo pasó. Me sentía ajeno al cansancio, al sol acercándose al horizonte y a la pareja que seguía magreándose bajo un árbol en la orilla del embalse. Diría que incluso era ajeno a mi propio cuerpo, aún cuando temía que al mínimo movimiento, se lanzara sobre mi y me hundiera sin apenas tiempo para reaccionar. Y sin embargo tuve una intensa necesidad de estirar mi mano hacia su rostro. Quería acariciarla. Me despertaba tanto miedo como ternura.

Levanté el brazo izquierdo mientras me esforzaba con el derecho y las piernas por mantenerme a flote. Lo extendí muy lentamente y a apenas unos milímetros de su mejilla derecha, me dedicó una última sonrisa y se hundió. Para cuando quise meter la cabeza de nuevo, ya solo pude ver la estela de su aleteo.

Me quedé allí un rato. Hipnotizado. Perdido. El sol terminaba por ocultarse en el horizonte y la pareja bajo el árbol recogía sus cosas. Me acerqué a la orilla y me quedé tendido en el césped mirando el cielo. Me di cuenta de que estaba hiperventilando y por un segundo dudé si es que acaso me había hundido a mitad de camino y todo había sido una alucinación fruto de la falta de oxígeno. ¿No decían que en los últimos segundos de vida veías tu vida pasar? Bueno, pues mi vida debía ser una mierda y mi mente decidió inventarse otra película.

La oscuridad fue descendiendo por el monte. La pareja se me acercó. Eran extranjeros. No entendí nada pero creo que estaban preocupados por mí. Me dejaron una toalla y me ayudaron a levantarme. Con señas, me indicaron que les siguiera. Me subí a su coche y me acercaron hasta el pueblo.

Les devolví la toalla y me despedí de ellos con la mueca de una sonrisa, porque lo cierto es que mis ojos seguían perdidos en los de la joven criatura que acababa de ver en el embalse. Caminé descalzo por el centro de la calle despertando la curiosidad de las vecinas.

No recuerdo mucho de los días posteriores. Mi madre dice que estuve una semana sin hablar. Lo que sí tengo claro es que en estos quince años no se lo he contado a nadie, ni lo he dejado por escrito en algún diario ni nada por el estilo. Tampoco dudé nunca de lo que había visto. Ni volví al embalse. A ese ni a ninguno otro. Solo en época de sequía les preguntaba a mis padres por el nivel del agua allí.

Apenas me permito recordar aquel día. Pero hoy no lo he podido evitar.

Continúa por la travesía del aire.

Continúa por la travesía del río.

Continúa por la travesía de la universidad.

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