El olor del último café empieza a extinguirse de la tela de las cortinas. Los platos siguen en el lavavajillas y los cubos de basura están vacíos. Sin bolsa siquiera. Las hojas secas en el macetero de la entradita y un paraguas sin dueño como acompañante. La puerta del salón sigue cerrada. Con los restos de la tormenta aún esparcidos por el suelo. Y ella.
Ella atravesando la puerta del salón. Sirviéndose café en una taza que no necesitará ser limpiada y acariciando los peluches que no puede colocar en su cama.
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