Con tres añitos apuntamos a Carlota a natación. El objetivo era que estuviera un par de años para que aprendiera a flotar y no se ahogara, pero la niña le había cogido gusto y apuntaba maneras con sus ocho añazos recién cumplidos. Había ganado un par de competiciones y su profesor le auguraba una larga carrera deportiva. Vale que siendo su padre, me derrita en elogios hacia mi pequeña, pero es que ya desde hace un tiempo más rápida que yo. Y sí, la barriga cervera hace un poco de lastre, pero me mantengo en forma.
Estábamos pasando unos días en el pueblo. Carlota me dejaba dormir hasta las nueve en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Entraba sigilosa en la habitación con el bañador puesto y la mochila con la toalla y las chanclas sobre su espalda. Me susurraba que ya hacía más de dos horas que había desayunado y que tenía prisa por ir al embalse porque luego había quedado con sus amigitos para jugar a la granja, a policías, las familias o cosas por el estilo. Y claro, teniendo en cuenta cómo estaban la gran mayoría de crios de enganchados al móvil, a la tablet o las videoconsolas, pues cómo no iba yo a levantarme de inmediato e irme a dar un baño con mi hija. Ya llegaría ese momento en que dejaría de querer pasar tiempo con su papaito.
Así que aún con la legaña pegada, me bebía un zumo de naranja mientras me vestía y Carlota me "informaba" de lo rápido o lento que estaba siendo ese día. Nos acercábamos dando un paseo mientras me contaba las aventuras del día anterior o se quejaba de cómo los mayores les habían echado del parque o del campo de fútbol.
Dejábamos las mochilas en el mismo lugar en que lo hacía yo en su día con mis colegas. Costumbres. Manías. Nos adentrábamos lentamente en el agua, que estaba bastante fría. Bueno, lentamente entraba yo. Carlota chapoteaba empapada ya a mi lado cuando yo apenas había conseguido aclimatar los tobillos, y buceaba entre mis piernas cuando me enfrentaba a esa barrera que es hacer que entren el estómago y los brazos en el agua. Desde luego que la niña tiene paciencia.
Me había logrado acostumbrar a nadar con las gafas y mirar hacia las profundidades, pero el temor a las criaturas malvadas que pudieran emerger, no había desaparecido con el paso de los años. Principalmente las utilizaba por poder vigilar a la niña, pero no podía yo negar que facilitaba también controlar a los pececillos que se acercaban sin permiso.
Carlota se esforzaba por adaptarse a mi ritmo. Solo en ocasiones aceleraba un poco más, avanzaba diez-quince metros y se volvía hasta situarse a mi altura. Llegamos al otro lado del embalse. Había conseguido que la niña no se obsesionara con los tiempos y simplemente disfrutara. Descansamos unos minutillos tomando el sol y volvimos al agua.
Lo cierto es que una vez que te habías acostumbrado a la temperatura, era bastante agradable. Y empezar el día con un poco de deporte era algo que no podía por menos que considerar positivo.
Ya casi estábamos alcanzando la orilla de origen. Carlota iba unos metros por delante de mi. Metí la cabeza en la siguiente brazada y te vi. Con tu vestido de flores y tus preciosos ojos verdes. Sé que permanecí varios segundos extasiado, y para cuando saqué la cabeza del agua, me di cuenta de que a quien no podía ver era a Carlota. Juro que fueron solo un par de segundos los que me despisté.
Grité su nombre. Lo grité y nadé hacia delante sin tener muy claro dónde se podía haber hundido. Ella no buceaba sin avisar antes, lo tenía prohibido. Estaba pasando de nuevo. Te odié porque pensaba que te la habías llevado.
Seguí nadando sin tener ninguna señal de ella. Me sumergí y te volví a ver. Solo que esta vez vi también cómo tirabas con todas tus fuerzas de mi pequeña. La estabas salvando. La trajiste hasta la superficie y no te fuiste hasta asegurarte que respiraba. Carlota tosió varias veces y recuperó el aliento. La saqué del agua y llamé a una ambulancia.
Gracias a aquel incidente descubrimos que Carlota era diabética y aquella mañana se había mareado mientras nadaba. Siento haber pensado mal de ti. La salvaste. Gracias a ti ella vive.
Me han dicho que no es la primera vez. Desde que el embalse se tragara tu cuerpecito, no ha habido un solo deceso pese a los accidentes que, en mayor o menor medida, se producen todos los años. Lamenté mucho tu final pero me alegro enormemente de la persona en que te has convertido. Tus padres estarán orgullosos de ti. Gracias.