miércoles, 31 de enero de 2024

Blanco nuclear

Luces estroboscópicas y música saturando los niveles. Voces distorsionadas. Miradas perdidas. Colores complementarios. Primarios. Algunos pensamientos que vienen y van, que desde luego no se retienen. Practicar físicamente pero sin intención buscada el “por un oido le entra y por el otro le sale”. Los ojos incapaces de focalizar, las manos incapaces de sentir. Y aún asi un cuerpo que no para; que sube las excaleras, que friega, limpia, baja las escaleras y va al gimnasio. Que se machaca y luego regresa dando un paseo largo “por entretener la tarde libre”. Cena enganchada al teléfono y tendiendo la colada. Recoge. Se acuesta.

Hay silencio pero sigue el ruido. Se levanta de la cama, se sienta frente al portátil, aguarda unos segundos. Sin sueño. Enciende la pantalla y abre un documento nuevo. Lo observa. Siente una ebullición de pensamientos, el magma subiendo por el cono volcánico y rozando el cielo. Pero permanece inmóvil con el rostro inexpresivo.

Pason los segundos. Deja que se vayan los minutos. Y las horas. Apenas parpadea pero sin sueño. Piensa que el problema es el cansancio físico. Aún no le duelen las pestañas.

Cierra el portátil y regresa a la cama en la oscuridad. Se acuesta. Cierra los ojos. Sigue quedando ruido en mitad del silencio. Solo las horas acaban por hacerle ceder.

Se levanta. Solo queda silencio. Nada más. Absolutamente nada más. Silencio.

martes, 23 de enero de 2024

La tía Vicenta - 2/2

Regresa a la parte 1.


Para mi sorpresa, no había nadie en casa. Mamá me había dejado un bocadillo de jamón y queso en mi habitación y una nota en la que me rogaba que no se me ocurriera abrir la puerta de la calle a nadie, mucho menos al tío Pascual.

La tía Vicenta y el tio Pascual se habían casado el año pasado. Ella era bastante joven y él mucho más mayor. En el cole me dijeron que es que el amor no entiende de edades, pero a la abuela no le gustaba nada el tío y decía que eso no era verdad. Entonces mama le decía que se callara y ella lo hacía. No lo entendía, ¿no se suponía que eran solo los mayores los que daban ordenes a los más pequeños y no al revés? ¿Porqué la abuela hacía caso a mamá? Luego mama me sonreia y aseguraba que había cosas de mayores que yo no podía entender todavía. ¡Claro, porque no me lo querían explicar, así era imposible!

Volvieron muy tarde pero yo seguía despierto. Haber marcado el gol de la victoria me había hecho soñar al principio. Pero enseguida me olvidé. Tenía un poco de miedo... Ya me había quedado solo otras veces en casa. Pero nunca por la noche. Y… sobre todo no podía quitarme de la cabeza la mirada vacía de la tía. Es que yo había escuchado esa expresión mil veces pero no la entendí de verdad hasta entonces.

Papá durmió en el salón y la tía con mamá. Al día siguiente, mamá me dijo que bajo ningún concepto podíamos dejar a la tía sola, y que si me cruzaba con el tío Pascual, me fuera corriendo sin decirle nada. Insistí en querer saber qué estaba pasando, pero mamá solo respiró profundo y me dio un beso en la frente.

Es triste que los últimos recuerdos que tengo de la tía Vicenta sean esos. Ella era guay. Me traía chuches a escondidas y me estaba ayudando con las mates. Había estudiado en la universidad y a veces daba conferencias allí. Era muy inteligente.

Mamá y papá nunca quieren hablar de ella. Y mucho menos que les pregunte por aquellos días. Fue un par de días después, en la madrugada, cuando descubrí lo que significaba la palabra suicidio.

jueves, 18 de enero de 2024

La tía Vicenta - 1/2

Aquel día la tía Vicenta llamó al timbre como cada tarde: dos toques cortos seguido de otro más largo. Fui yo a abrir. Había sacado un nmueve en matemáticas y sabía que se iba a sentir muy orgullosa de mí. Sin embargo, cuando abrí la puerta, no me encontré a la tía. Físicamente era ella pero no la reconocía más allá. Tenía la piel pálida y profundas ojeras. Vi cómo se estiraba la manga derecha de la chaqueta para ocultar un moratón muy feo.

Me aparté para dejarla pasar. Quería preguntarla qué es lo que la pasaba, pero sus ojos me daban miedo... era como si estuvieran vacíos... Cerré la puerta. Se quedó ahí unos segundos. Parecía que me miraba pero solo posaba su vista sobre mi, su pensamiento estaba más allá. Parecía ida.

Mamá apereció en el pasillo y dió un grito al verla. Corrió hacia ella y se la llevó a la cocina. Cerraron la puerta. Me quedé en el pasillo tratando de escucharlas, pero apenas susurraban.

Papá llegó de trabajar muy poquito tiempo después. Demasiado pronto para sus costumbres. Se encerró en la cocina con mama y con la tía.

Cuando fui a pedirles la merienda, papá me dio unas monedas y me dijo que me comprara algún bollo y me diera un paseo o jugara al fútbol con mis colegas. Eso era muuuuuy extraño, ¡ni siquiera había empezado a hacer los deberes! Pude ver solo un segundo a la tía mientras papá rebuscaba en su cartera: tenía los ojos rojos como de haber estado llorando mucho tiempo.

Jugué dos partidos. El primero lo perdimos por culpa de El Rafa, que es un manta como portero. Pero ganamos el segundo. Metí un golazo increible. Me felicitaron incluso los mayores que nos querían echar del campo.

Volví cuando ya era muy de noche. Me iba a caer una bronca terrible y me castigarían sin salir un mes por lo menos. Pero aún así, habría merecido la pena después del gol de la victoria.

Próximamente parte 2.

sábado, 13 de enero de 2024

La criatura del embalse - 3/3 La sequía (por el camino realista)

Regresa a la parte 2 (por el camino realista)

Por lo visto ha salido en las noticias que el embalse está bajo mínimos y que incluso está emergiendo el antiguo pueblo. ¡En el telediario! Mi pueblo en el telediario. Lo de la sequía ya lo sé muy bien que me he acercado casi a diario. Me doy un paseo bien tempranito antes de ponerme a trabajar. Pero llevo un par de semanas que me encuentro muy cansado, y el médico se quedó muy preocupado con la última analítica. Es curioso que seamos, con gran diferencia, el único embalse del país en situación tan extrema.

Esa mañana me pongo el despertador una hora antes. Apenas se aprecia el sol apareciendo por el horizonte. Me pongo las deportivas y caliento en el jardín cuando los pajarillos aún no se han desperezado. Salgo al trote. Voy directo el embalse. Enseguida me falta el aire y paso a caminar. Sí, lo cierto, es que nunca lo he visto tan bajo. Me da mucho pena.

Y entonces te veo. No, no te veo. Te recuerdo. Vislumbro, en lo que deberían ser las profundidades del embalse, una floreado arbusto rodeado de tierra seca. Freno en seco. Recalculo la distancia, pero lo tengo claro: ha crecido exactamente en el lugar en el que te hundiste. ¿Sabes? Al principio pensaba mucho en ti. Venía aquí y te comentaba cómo había sido mi día. Hubo un tiempo en que pasaste a ser mi única amiga. Luego seguí viniendo pero te ignoré. Me sentía muy cruel hablándote de mi día a día mientras tú yacías en el fondo.

Camino despacio, ansiando alcanzar el arbusto y a la vez no queriendo llegar nunca. Es hermoso. Tremendamente hermoso. Como tú. Hay varias flores de colores intensos, y lo que parecen unos jugosos frutos. Apenas lo tocó, se desprende. Siento el impulso de llevármelo a la boca. Está delicioso. Lo devoro. Me como una segunda pieza. Siento no haber vuelto a acordarme de ti. Siento no haber logrado salvarte.

Para cuando me doy cuenta, tengo el rostro empapado en lágrimas. Supongo que las que no llegué a derramar cuando te vi desaparecer. Se caen dos piezas de fruta más y soy consciente de que debo de llevar varias horas allí. El sol calienta con intensidad. Recojo los frutos y regreso caminando al pueblo.

A la mañana siguiente me lavanto también temprano para hacerme la analítica. Me siento con algo más de energía. No es lo habitual, pero decido rechazar mi taza de café y me como las frutas de tu arbusto.

Me cruzo con mi doctor en el centro de salud. Tiene varias hipótesis y ninguna muy halagueña. Debemos esperar unos días más.

Vuelvo al embalse. Vuelvo a ti. Tengo la impresión de que se han multiplicado las flores y los frutos. Me llevo varios. Y repito la operación durante toda la semana. El viernes recibo la llamada del médico: parece que los resultados no son tan negativos como se esperaba y quiere hacerme más pruebas.

Un mes más tarde, el doctor decide dar por concluido mi expediente, me encuentro como una rosa. No se puede decir lo mismo del embalse. Ni de ti. Llevas varios días más apagada de lo normal. Ya no quedan flores. La misma mañana en que recojo la última pieza, comienza a llover en el valle. Nunca más volverá a verse el embalse tan vacío como aquellas semanas en que me salvaste la vida.

martes, 9 de enero de 2024

La criatura del embalse - 3/3 La guardiana (por el camino realista)


Con tres añitos apuntamos a Carlota a natación. El objetivo era que estuviera un par de años para que aprendiera a flotar y no se ahogara, pero la niña le había cogido gusto y apuntaba maneras con sus ocho añazos recién cumplidos. Había ganado un par de competiciones y su profesor le auguraba una larga carrera deportiva. Vale que siendo su padre, me derrita en elogios hacia mi pequeña, pero es que ya desde hace un tiempo más rápida que yo. Y sí, la barriga cervera hace un poco de lastre, pero me mantengo en forma.

Estábamos pasando unos días en el pueblo. Carlota me dejaba dormir hasta las nueve en punto, ni un minuto más ni un minuto menos. Entraba sigilosa en la habitación con el bañador puesto y la mochila con la toalla y las chanclas sobre su espalda. Me susurraba que ya hacía más de dos horas que había desayunado y que tenía prisa por ir al embalse porque luego había quedado con sus amigitos para jugar a la granja, a policías, las familias o cosas por el estilo. Y claro, teniendo en cuenta cómo estaban la gran mayoría de crios de enganchados al móvil, a la tablet o las videoconsolas, pues cómo no iba yo a levantarme de inmediato e irme a dar un baño con mi hija. Ya llegaría ese momento en que dejaría de querer pasar tiempo con su papaito.

Así que aún con la legaña pegada, me bebía un zumo de naranja mientras me vestía y Carlota me "informaba" de lo rápido o lento que estaba siendo ese día. Nos acercábamos dando un paseo mientras me contaba las aventuras del día anterior o se quejaba de cómo los mayores les habían echado del parque o del campo de fútbol.

Dejábamos las mochilas en el mismo lugar en que lo hacía yo en su día con mis colegas. Costumbres. Manías. Nos adentrábamos lentamente en el agua, que estaba bastante fría. Bueno, lentamente entraba yo. Carlota chapoteaba empapada ya a mi lado cuando yo apenas había conseguido aclimatar los tobillos, y buceaba entre mis piernas cuando me enfrentaba a esa barrera que es hacer que entren el estómago y los brazos en el agua. Desde luego que la niña tiene paciencia.

Me había logrado acostumbrar a nadar con las gafas y mirar hacia las profundidades, pero el temor a las criaturas malvadas que pudieran emerger, no había desaparecido con el paso de los años. Principalmente las utilizaba por poder vigilar a la niña, pero no podía yo negar que facilitaba también controlar a los pececillos que se acercaban sin permiso.

Carlota se esforzaba por adaptarse a mi ritmo. Solo en ocasiones aceleraba un poco más, avanzaba diez-quince metros y se volvía hasta situarse a mi altura. Llegamos al otro lado del embalse. Había conseguido que la niña no se obsesionara con los tiempos y simplemente disfrutara. Descansamos unos minutillos tomando el sol y volvimos al agua.

Lo cierto es que una vez que te habías acostumbrado a la temperatura, era bastante agradable. Y empezar el día con un poco de deporte era algo que no podía por menos que considerar positivo.

Ya casi estábamos alcanzando la orilla de origen. Carlota iba unos metros por delante de mi. Metí la cabeza en la siguiente brazada y te vi. Con tu vestido de flores y tus preciosos ojos verdes. Sé que permanecí varios segundos extasiado, y para cuando saqué la cabeza del agua, me di cuenta de que a quien no podía ver era a Carlota. Juro que fueron solo un par de segundos los que me despisté.

Grité su nombre. Lo grité y nadé hacia delante sin tener muy claro dónde se podía haber hundido. Ella no buceaba sin avisar antes, lo tenía prohibido. Estaba pasando de nuevo. Te odié porque pensaba que te la habías llevado.

Seguí nadando sin tener ninguna señal de ella. Me sumergí y te volví a ver. Solo que esta vez vi también cómo tirabas con todas tus fuerzas de mi pequeña. La estabas salvando. La trajiste hasta la superficie y no te fuiste hasta asegurarte que respiraba. Carlota tosió varias veces y recuperó el aliento. La saqué del agua y llamé a una ambulancia.

Gracias a aquel incidente descubrimos que Carlota era diabética y aquella mañana se había mareado mientras nadaba. Siento haber pensado mal de ti. La salvaste. Gracias a ti ella vive.

Me han dicho que no es la primera vez. Desde que el embalse se tragara tu cuerpecito, no ha habido un solo deceso pese a los accidentes que, en mayor o menor medida, se producen todos los años. Lamenté mucho tu final pero me alegro enormemente de la persona en que te has convertido. Tus padres estarán orgullosos de ti. Gracias.

viernes, 5 de enero de 2024

La criatura del embalse - 2/3 (por el camino realista)

Regresa a la parte 1

La vi pero no pude escucharla. Las últimas burbujas de oxígeno salían de los orificios de su nariz y ascendían hasta mi mano. Era solo una niña. Con unos preciosos ojos verdes y un vestido de flores. Sin zapatos. Sin vida.

Me zambullí tratando de alcanzarla. Se hundía lentamente y aún así apenas me podía acercar a ella. Lo volví a intentar con el mismo resultado. Grité a la pareja que seguía magreándose en la orilla. Me ignoraron. Tomé aire y me sumergí de nuevo. Era apenas ya una silueta difusa que se alejaba como atraída por las profundidades. 

Salí a la superficie y nadé con todas mis fuerzas. Abasallé a la pareja bajo el árbol. Hablaban en otro idioma. No me entendían. Y sin embargo, empezaron a repetir una palabra insistentemente y con preocupación. Mirando más allá de la línea del horizonte.

Era su hija la que se hundía inexorablemente.

Rebuscaron entre los árboles y más allá del camino, pero no se acercaron al agua por más que les insistí que allí estaba. Conseguí que me dejaran un teléfono y di la voz de emergencia. Lo intenté una vez más. Apenas era ya capaz siquiera de localizar la posición exacta en que se había hundido.

La ambulancia y el equipo de rescate no tardaron mucho en llegar. Me interrogaron y se lanzaron al agua con equipos profesionales de submarinismo.

El sol se fue ocultando sin que hubiera rastro de su cuerpecito.

Regresé al pueblo aún en bañador. Incapaz de pronunciar ninguna palabra más que la que los diferentes servicios de emergencia me sacaron.

El despliegue de búsqueda se alargó durante casi un mes. Hasta acabar como caso archivado por falta de personal y de recursos.

Un tiempo después supe que la pareja procedía de Eslovenia y estaban pasando sus primeras vacaciones juntos después de una complicado situación familiar. En otoño se instalaron en el pueblo y visitaron el embalse todos y cada uno de los días. Aprendieron castellano, a nadar y a bucear. Pero nunca la encontraron.

Apenas me permito recordar aquel día. Hoy no lo he podido evitar.

Continúa con la guardiana.

Continúa con la sequía.