Abrazaba una bolsa de un kilo de zanahorias, un pack de tres estropajos, una lata de albóndigas con tomate, un paquete de pulpo a la gallega listo para calentar y una botella de vino tinto. El hombre iba vestido con ropa técnica para correr. Todo de marca. Su pelo, tirando ya más bien a canoso, estaba muy engominado. En el brazo izquierdo llevaba uno de esos brazaletes para guardar el móvil. En los oidos, auriculares, inalámbricos por supuesto. Ahora bien, no tenía ni una sola marca de sudor ni el mínimo rastro de haberse sometido a un esfuerzo, ni que fuera ligero. Incluso olía a colonia cara.
Caminaba relajadamente atravesando un parque en el que sí había numerosos corredores ejerciendo con la tarea propia de su vestuario. La mayoría, eso sí, con ropa menos especializada. No obstante, era un parque situado en un barrio obrero.
Se acercó a un banco, depositó la compra sin el mayor cuidado y se dirigió a una fuente. Metió la cabeza bajo el agua y luego, con la mano, mojó la camiseta bajo los sobacos. Comprobó la hora y, cuando dieron las seis en punto, comenzó a respirar de forma agitada y a estirar los músculos apoyado sobre el banco. Apenas un minuto después apareció una chica a su lado. Mucho más joven que él. Con deportivas desgastadas y el cabello recogido en algo como una coleta pero con más pelos sueltos que retenidos por la goma, sin duda el resultado de una buen entrenamiento. Tenía incluso los mofletes sonrosados. Comenzó a estirar también.
Él hizo como que no la veía duante varios segundos, y luego, sin venir a cuento, hizo como que se sobresaltaba al verla y se quitó los auriculares. La saludó. Ella simplemente sonrió mientras continuaba con sus estiramientos.
Tras un breve silencio tenso, él insistió en la conversación y le preguntó por su día. Ella contestó con monosílabos prestándole atención a los objetos en el banco. Luego se despidió amablemente y se alejó caminando a buen ritmo. Él la observó embobado. Le resultaba casi paranormal esa sensación de incapacidad para relacionarse con ella mientras que con otras muchas personas le resultaba tan sencillo. Cuando la chica desapareció de su campo de visión, recogió la compra y se volvió por donde había venido. Quizá otro día tuviera más suerte.
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