Roberto llegó a la taquilla del teatro según la abrieron. Aún quedaban tres horas para el inicio del espectáculo. Pagó su entrada en efectivo y cruzó al otro lado de la calle. Su expresión era seria pero relajada. Se sentó en un banco al otro lado de la calle. Desde allí podía controlar la entrada del edificio. Sacó un cuaderno pequeño de su abrigo y fue tomando notas. Parecía el tipo de hombre bohemio que encuentra la concentración para escribir en cualquier lugar. Pero él no era exactamente así. Tampoco lo consideraba una tapadera pero le atraía aquella parte de su trabajo consistente en crear expectativas y luego romperlas.
El edificio había vivido épocas mejores, pero una joven dirección estaba logrando que recuperara algo de su esplendor. La fachada había sido reformada respetando las líneas originales, y su programación sabía combinar textos más clásicos con otras propuestas no tan formales.
De la obra que estaba planificada para aquella tarde, la crítica apenas se había pronunciado alegando la imposibilidad de analizar una obra de aquellas características, pero que sin duda el público debería acudir en tropel. Eso sumado a una sinopsis compuesta simplemente por puntos y letras sueltas a lo largo de la página, había conseguida atraer curiosos pero sin llegar a grandes masas aún.
Sonia regresó a la puerta principal del teatro y se sentó en la butaca más cercana a la salida. Se quitó la chaqueta y envió un par de mensajes más mientras observaba cómo entraban el resto de espectadores.
El patio de butacas, a la italiana, se componía de dieciséis filas que, desde la puerta de entrada, iban descendiendo hacia el escenario. Sobre éste no había ningún elemento, tan solo la tarima negra con rayones fruto de su uso. Ni siquiera un telón, alzando la visita se observaban las varas con los focos, varios de ellos encendidos a máxima intensidad. Tampoco había filtros que tintaran de color el espacio.
Roberto entró de los últimos. Quedaban algunas butacas sueltas aquí y allá pero optó por sentarse justo al lado de Sonia. Ella se levantó para que él pudiera pasar cómodamente. Roberto dejó caer un papel pequeño al suelo con disimulo. Cuando se acomodaron, ella lo recogió inclinándose hacia el suelo, donde lo leyó antes de guardarlo en el bolsillo de su chaqueta.
Por megafonía anunciaron que la función estaba a punto de comenzar y rogaban que pusieran los teléfonos en silencio. Sonia sacó el suyo pero no para quitarle el sonido. Roberto se llevó la mano al bolsillo pero no para sacar su teléfono. Ambos se dedicaron una tierna sonrisa antes de que apagaran la luz del patio de butacas.
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